Esperando a que Bella…, de Marie Brennan

Marie Brennan es el pseudónimo de una escritora estadounidense (cuyo verdadero nombre es muchísimo más complicado) que, tras realizar estudios universitarios en los campos de la arqueología, la antropología y el folclore, se volcó en la escritura de ficción, pero aprovechando sus conocimientos de esas tres disciplinas como principales herramientas para crear los mundos de fantasía de sus obras. Sus numerosas novelas se agrupan en varias series, de las que tal vez la más conocida sea The Memoirs of Lady Trent, que fue nominada a los Hugo en la categoría de Mejor Serie, y cuya primera entrega fue finalista de los Word Fantasy Awards y ganó el premio Imaginales (que se concede en Francia a obras de fantasía). Marie también es autora de varias docenas de relatos, muchos de ellos recopilados en las nueve colecciones que ha publicado hasta el momento.

Esperando a que Bella… (Waiting for Beauty) apareció por primera vez en 2012 en la revista Apex. También está incluido en Monstrous Beauty, una de las colecciones de esta escritora, compuesta por siete relatos muy breves y bastante oscuros. Se trata de una historia inspirada por un cuento tradicional (lo que en inglés se suele llamar un retelling), pero con un tono más acorde al del original que la versión más edulcorada popular en nuestros días. Son menos de 1000 palabras, pero no necesita más para conseguir tocar la fibra sensible. Por cierto, el próximo relato del blog será otro retelling de otro cuento de hadas de toda la vida.

Por último, muchísimas gracias a Marie por permitirme compartir con todos vosotros su particular versión de este clásico de nuestra infancia. Thanks a million, Marie!

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Esperando a que Bella…

Marie Brennan

Él se levanta antes del alba para prepararle el desayuno. Cucharas y asas de cazuelas se muestran torpes en sus zarpas corvas, pero todos los criados se marcharon largo tiempo atrás, así que ha aprendido a apañárselas. El desayuno no es lo que hubiera deseado que fuese: conseguir provisiones es complicado hoy en día. Sin embargo, ayer encontró dos huevos en un nido de alondras, que casca con cuidado infinito y prepara revueltos, porque cualquier otra receta requiere más destreza de la que él posee. Hay carne, como siempre, y pan que robó para ella.

Las uñas de sus pies repiquetean sobre el enlosado cuando sale a toda prisa de la cocina, con la bandeja en equilibrio en sus desmesuradas manos. Los ruidos reverberan en las paredes, que hace ya mucho tiempo perdieron sus tapices. Antaño se requería una legión de criados para mantener el lugar; él solo no puede encargarse de todo. Incluso las exiguas zonas que mantiene en condiciones son casi demasiado para él. La cocina; uno de los salones; el dormitorio de ella, por supuesto. El jardín. Todo lo demás ha sido rendido al polvo y el abandono, cedido e incorporado a los dominios de arañas y ratones. No obstante, él mantiene ese puñado de rincones tan acogedores para ella como le resulta posible.

Entra de puntillas en su habitación, cómico en su cautela. Ella no reacciona ante el ruido. Mientras deposita la bandeja con el desayuno en la mesita de noche, él aparta la vista de su figura inmóvil. No sería decente mirarla. Ella debería tener una doncella; la tuvo, un tiempo, pero la mujer había sido la primera en marchar de todos los criados. Ahora están solos.

Mientras descorre las cortinas de brocado anuncia con tono amable: «Bella, es hora de levantarse».

La ayuda a vestirse, con los ojos bien cerrados mientras busca a tientas botones y mangas, moviéndola como a una muñeca lánguida y enorme. El traje es uno que él le había comprado, cuando disponía de sirvientes a los que enviar al pueblo con sus encargos. El tejido de algodón está embellecido con un delicado bordado de rosas. Ella era una pueblerina, antes; él tuvo que enseñarle la distinción entre trajes de día y de noche; pero en ella no escatimó gastos: tuvo vestidos preciosos, mobiliario caro, todo lo que podía desear. Antes de que los sirvientes se marcharan, sus comidas habían sido igualmente exquisitas. Pero no podían vivir con ella, murmuraban los criados, y uno a uno escaparon.

Ella no toca el desayuno, de nuevo, eso le preocupa. Mientras la acompaña por los pasillos, se disculpa por la comida; se disculpa, aunque no se le ocurre nada que pueda hacer para mejorarla. Removería cielo y tierra para hacerla feliz, pero está confinado en el castillo y sus terrenos ―los bosques que se extienden al sur―. Los aldeanos lo matarían en cuanto lo vieran. Tiene que arreglárselas con lo que puede cazar, recolectar o, de tanto en tanto, robar de las casas más cercanas. Y si ella sigue así, se irá consumiendo. ¿Cuándo fue la última vez que comió?

Él la lleva al salón, donde canta para entretenerla. Las cuerdas del arpa chasquean bajo sus zarpas y las teclas del piano son resbaladizas en exceso, pero tiene una buena voz de bajo. Llegado el mediodía se marcha discretamente para cazar y devorar algún conejo rollizo, luego regresa a su lado y la obsequia con cerezas maduras. Ella tampoco las toca.

Mañana, se dice él, mañana tendrá hambre.

Por la tarde salen al jardín de rosas, donde ella permanece sentada al sol, en silencio. Hoy, él tiene un libro de poesía nuevo del que leerle, que ha estado reservando durante bastante tiempo. Juzga —espera— que tal vez este pueda ser el momento adecuado para compartirlo.

Sus zarpas van pasando las páginas con esmero, mientras le lee los románticos poemas, uno tras otro; su voz un sonoro gruñido que alberga una plétora de emociones en su interior.

Bajo los cálidos rayos del sol vespertino, ella permanece sentada sin proferir palabra. Una mosca se posa en su mejilla y ella no la espanta. Un hedor impregna el ambiente, que las rosas no pueden ocultar. Los sirvientes se volcaron con ella, tratando de hacerla feliz, rezando por que su amo pudiera verse libre de su maldición. Algunos se quedaron incluso después de que él la sacara del estanque al pie del jardín, pero no mucho tiempo. Sus esperanzas murieron con ella.

Él continúa viviendo, empero. La verdad no puede ser arrostrada. Y así, día tras día, la Bestia cocina platos que ella no come, canta canciones que ella no oye y le lee poesía en el jardín de rosas, esperando a que Bella lo ame.

Copyright © 2012 Marie Brennan

De la ilustración, Copyleft Pedro Belushi

Traducido del inglés por Marcheto

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2 respuestas a Esperando a que Bella…, de Marie Brennan

  1. patroclo58 dijo:

    Es obscuro, tienes razón…

  2. Alberto dijo:

    Corto pero intenso.

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