La lepidopterista doméstica, de Natalia Theodoridou – Especial ultracortos XV

Natalia Theodoridou nació en Grecia pero en la actualidad reside en Gran Bretaña. Sus primeros relatos en inglés se publicaron en 2013, y desde entonces son ya más de cuarenta los que han ido apareciendo en diversas revistas y antologías del género. Aunque hasta hoy ninguno de sus cuentos se había traducido al español, es muy posible que su nombre os suene porque su relato The Birding: A Fairy Tale fue el ganador de la última edición de los World Fantasy Awards.

La lepidopterista doméstica (A Domestic Lepidopterist) es un cuento de fantasía aparecido en marzo de 2015 en la revista online Daily Science Fiction, que publica exclusivamente flash-fiction, así que como os podéis imaginar se trata de una nueva entrega del especial dedicado a los ultracortos, género que Natalia cultiva con bastante asiduidad y acierto, como nos demuestra con esta lepidopterista que consigue conmover con poco más de 700 palabras.

Ojalá este cuento (y, por supuesto, ese premio Mundial de Fantasía) consigan que alguien se anime a publicar por aquí más obras de Natalia. Por mi parte solo me queda agradecerle su amabilidad, gracias a la cual este blog tiene el honor de ser el primer lugar donde se va a poder leer su obra en español. Thanks a million, Natalia!

ACTUALIZACION I: Aunque sea muy cortito, también de este cuento podéis descargar desde aquí los formatos para ebook de costumbre (EPUB, FB2 y MOBI).

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La lepidopterista doméstica

Natalia Theodoridou

Tras extraer la polilla esfinge del temor más profundo de la madre, escondida a conciencia en la cavidad más pequeña de su corazón, la lepidopterista la sostuvo a la luz, atrapada entre los extremos de unas pinzas. El animal forcejeó, sacudiendo las patitas, agitando las alas, casi transparentes, con matices dorados.

Paonias excaecata —anunció. Nada común. Mora en los rincones más tiernos de la psique humana y oculta a la vista a los seres queridos. —Introdujo el insecto en el frasco letal abierto que tenía en la mesa ante ella y cerró la tapa herméticamente—. Listo. Con esto debería quedar solucionado. —Se volvió hacia la madre—. ¿Cómo se llama? —preguntó.

—Tommy —respondió la madre.

—Llámelo.

—Tommy… —llamó la mujer con voz trémula—. Tommy, cariño, ven aquí. Ven con mamá.

La polilla se debatió contra el agente invisible que estaba consumiendo su vida. No tardó en yacer impotente sobre el fondo del tarro. Sus alas inferiores se sacudieron en una última convulsión.

—Un espécimen magnífico —susurró la lepidopterista, pero advirtió que la madre ya no le estaba prestando la más mínima atención. Un reaparecido Tommy estaba junto a ella, algo desmejorado, sospechaba la lepidopterista, pero luciendo sano por lo demás. Y visible, por fin.

La lepidopterista guardó el frasco con el espécimen en su bolsa, cobró los honorarios de tres cabezas de oro y se retiró con discreción, permitiendo a madre e hijo disfrutar su reencuentro.

Los huérfanos la acosaron en la calle en el camino de regreso a su hogar. En estos últimos tiempos parecía haber cada vez más. Semanas atrás, uno de ellos se había guarecido bajo las escaleras junto a la puerta de su casa. «Madre, deme algo de comer —le decía—. Madre, lléveme a casa». Ella había contemplado esta posibilidad a menudo. Había estado a punto de acogerlo, pero había cambiado de opinión en el último momento. Su ciencia requería toda su atención. Y con esta nueva y misteriosa plaga que asolaba su hogar… no, no tenía tiempo para niños.

Cuando se acercaba a su casa distinguió la lastimosa figura del chiquillo. Estaba ansiosa por contarle lo de la polilla: el niño parecía adorar sus historias. Al acercársele vio que yacía sobre los fríos adoquines convertido en un montón de harapos. Con la piel lívida.

La lepidopterista se arrodilló junto al cuerpo inerte del niño y le apartó el pelo de los ojos con las pinzas. Tenía la frente amplia, la nariz recta, las cejas arqueadas, como ella misma. Hubiese llegado a ser un muchacho bien parecido. «¿Por qué no lo acogí cuando me lo suplicó?», se preguntó. Incluso podría haberle enseñado su ciencia, cuando hubiera sido un poco mayor. Un aprendiz le hubiese venido bien en la vejez. O un hijo.

La lepidopterista dejó que el cabello del niño se deslizara de nuevo sobre su rostro y se puso de pie. Lamentarse no le iba a servir de nada. Ni tampoco a él.

Empujó la puerta de entrada a su casa y la corriente hizo que una ola de alas de insectos muertos se arremolinase en torno a sus pies. Las alas lo cubrían todo: la mesa; los frascos letales y vitrinas; los libros que no habían sido capaces de explicarle la naturaleza de este nuevo invasor, dónde se escondía, la extraña clase de tristeza que suscitaba. En vano ella le había dado vueltas y más vueltas, examinado su propio cuerpo y hogar, y preguntado a los colegas más eruditos de la ciudad. Sus casas también estaban invadidas. La ciudad entera estaba sitiada, y sin embargo nadie era capaz de descifrar los secretos de las membranosas alas blancas, los susurros de su revoloteo al alba, el leve roce de las minúsculas patitas sobre los párpados dormidos. Esta inexplicable sensación de pérdida.

La lepidopterista avanzó por entre capas de alas, se abrió paso hasta la parte de atrás de la casa. Se paró en la puerta del pequeño dormitorio del fondo, en el que había prendas infantiles, una cama infantil, juguetes infantiles… ¿Por qué no los habría regalado muchos años atrás, cuando comprendió que nunca tendría hijos? Con el tiempo se había acostumbrado de tal modo a verlos que casi le había empezado a parecer que alguien se había vestido con ellas, había dormido en ella, había jugado con ellos.

Recogió una de las diáfanas alas que yacían a sus pies y la alzó hacia la luz. «Un filo exquisito —pensó—. Quién sabe qué habrá cercenado…».

Copyright © 2015 Natalia Theodoridou

De la ilustración, Copyleft Pedro Belushi

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4 respuestas a La lepidopterista doméstica, de Natalia Theodoridou – Especial ultracortos XV

  1. Gilberto dijo:

    Siii! Qué relato tan bonito!

  2. Wow!! directo al centro de las emociones. Lánguido y angustiante.

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