Ken Liu ha ganado hace unos días su cuarto premio Ignotus en la categoría de Mejor cuento extranjero. Y en esta ocasión lo ha logrado con su relato Acerca de las costumbres de elaboración de libros en determinadas especies, publicado por primera vez en español en Cuentos para Algernon, y que también es el cuento que abre su colección El zoo de papel y otros relatos (col. Runas, Alianza Editorial).
Esta es la primera vez que una obra publicada en Cuentos para Algernon se alza con el que probablemente sea el más importante galardón que se concede a obras de literatura fantástica en nuestro país, de ahí que haya considerado que la ocasión merecía ser celebrada por todo lo alto. Así que, aprovechando que Ken se prodiga bastante en las distancias muy breves y que estamos embarcados en un especial dedicado a la flash fiction, ¿qué mejor celebración que tener una obra suya como cuarta entrega de nuestro especial?
Antes y después (Before and After) se publicó en 2013 en la revista Apex Magazine, y posteriormente ha aparecido en formato podcast en StarShipSofa y se ha traducido al francés. Se trata de una pieza de ciencia ficción muy, muy breve (menos de 700 palabras en inglés), pero, como vais a poder comprobar, esa no es su única peculiaridad formal. Mi recomendación es que la leáis al menos un par de veces y, dada su brevedad, espero que me hagáis caso. 😉 Espero que os guste y además os sirva para descubrir una faceta de este autor que sospecho muchos de vosotros no habíais podido disfrutar hasta ahora, dado que en su antología no se ha incluido ningún relato ultracorto.
Ya por último solo me queda reiterar la enhorabuena a Ken por su nuevo Ignotus y agradecerle una vez más su amabilidad y generosidad hacia este blog (y, por extensión, hacia todos los lectores de Cuentos para Algernon), gracias a las cuales ya hemos podido disfrutar por aquí de cinco de sus obras. Congratulations on your Ignotus Award and thanks a million for this story, Ken!
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Antes y después
Ken Liu
Para Jerry, había un antes —sentado en el tren camino de casa desde Connecticut, donde había estado visitando a su padre, suspendido en ese angustioso ocaso vital desde el cual era incapaz de distinguir a Jerry del hermano de Jerry, Brian, temiendo la siguiente llamada a Brian en la que discutirían una vez más sobre si realmente ya era hora de llevar al viejo a ese lugar del folleto que Jerry ya había mencionado en varias ocasiones, caminando las seis manzanas desde la estación hasta su casa en el rojizo crepúsculo de finales de verano mientras comprobaba en el móvil el valor de sus acciones, soñando con dejar el trabajo algún día cuando la cifra fuera lo suficientemente grande, pero sabiendo que la cifra nunca sería lo suficientemente grande porque Liddy y Jacob tenían que ir a la universidad y ese lugar del folleto tampoco era gratis, torciendo al llegar al camino de entrada a su casa, fantaseando con cómo Beth iba a abrir la puerta y exclamar, «¿a que no sabes qué, cielo?», y le iba a mostrar un billete de lotería ganador, por algún motivo tan descomunal como esos cheques gigantes que a veces entregan en la tele, acordándose, mientras introducía la llave en la cerradura, de que todavía no había limpiado los canalones por lo que seguro que Beth estaría disgustada aunque no fuese a decir nada y él prefería de veras verla sonreír, contemplando, al entrar en el cuarto de estar, las caras lívidas de su esposa e hijos reunidos en torno al gran televisor, y pensando que era algo de lo más inusual habida cuenta de que ni se acordaba de la última vez que la familia había encontrado algo que quisieran ver juntos—
y un después —volviendo a salir al camino de entrada, donde la brisa estival arrastraba el olor a parrillas humeantes, a lavanda y zumaque, las plantas favoritas de Liddy que los dos habían plantado juntos durante una deliciosa tarde, una tarde que él había deseado nunca terminase, y el sonido de chapoteos en piscinas y el zumbido de mosquitos, alzando la vista hacia el despejado cielo que se iba oscureciendo, en el que las primeras y esplendorosas estrellas estaban asomando y los pájaros volaban en círculos y danzaban como las estelas de planetas, lunas, cometas y satélites en el programa de astronomía que a Jacob siempre le hacía tanta ilusión que él mirase en el ordenador, buscando y encontrando el argénteo brillo de otro mundo de los cascos curvados de esas naves que habían atravesado distancias inimaginables para venir hasta aquí, naves iluminadas por luces verdes y que amenazaban con lanzar esos relampagueantes rayos azul celeste que tan familiares se volverían los días que vinieron después, sin dejar a un tiempo de observar a los vecinos, vecinos a los que había sonreído y con los que tal vez había intercambiado unas palabras alguna que otra vez sin saber nada sobre su vida, sus preocupaciones y sueños, la angustia enterrada en su pasado y lo que escondían bajo su fachada de inofensivos habitantes de ciudad dormitorio, vecinos que de repente sentía muy cercanos, tan cercanos como se deberían sentir los miembros de la misma especie cuando están siendo observados desde una perspectiva de años luz, pársecs y tiempo ralentizado, vecinos que también salían de sus casas, mirándose unos a otros, buscando en los rostros de los demás respuestas que todos sabían de antemano no estarían ahí, y luego oyendo los pasos vacilantes de Beth, Liddy y Jacob a su espalda, y cayendo en la cuenta de que no había necesidad alguna de respuestas, sino tan solo del deseo de resistir y la fortaleza para ello—
pero el propio instante era un recuerdo confuso —la pantalla de televisión parpadeante, y cifras y palabras deslizándose por la parte inferior mientras el Presidente hablaba («… paciencia y fe… y Dios bendiga a los Estados Unidos…») con esas descabelladas imágenes de fondo, y Jerry no conseguiría recordar, en todos los años venideros, por mucho que lo intentara, el momento en que por fin había comprendido que el mundo había cambiado para siempre jamás, como una frase que da vueltas y se retuerce, acumulando detritus de ideas, sentimientos, temores, recuerdos y anhelos hasta que reparamos en que en algún punto del camino un cambio alteró irrevocablemente su curso, talante y tono, de suerte que al alcanzar el final, un abrupto punto, vacilamos, esperamos, contenemos la respiración, para recordar.
Copyright © 2013 Ken Liu
De la ilustración, Copyleft Pedro Belushi
¡Menuda pedazo de celebración!. Me ha ENCANTADO el relato, de lo mejorcito que he leído en Flash Fiction. Tal vez lo mejor.
😀 Pues prepárate, que todavía queda mucho especial por delante. A ver si conseguimos superar esto.
Coincido con origencuantico, ¡de lo mejor que he leído en relatos ultracortos! ¡Pero qué bien escribe Ken Liu!
Gracias Marcheto por una traducción extraordinaria de un cuento que, es cierto, es preciso leer dos o más veces para paladearlo en toda su dimensión.
Liu tiene bastantes cuentos muy cortos, pero por el motivo que sea ninguno de ellos ha sido incluido en «El zoo de papel y otros relatos». Sin embargo, en mi opinión, este cuento está al mismo nivel o más que algunos de los escogidos para su primera colección. Habrá que esperar a la segunda para seguir descubriendo al Liu ultracorto. En cualquier caso, me alegro de que te haya gustado.