Hola de nuevo, de Seth Fried – Especial Calvino III

Seth Fried es un escritor residente en Brooklyn cuyas historias y textos han aparecido en numerosas publicaciones (The New Yorker, Electric Literature, One Story, McSweeney’s…). Once de estos cuentos  componen su estupenda primera colección, The Great Frustration (Soft Skull Press, 2011), sobre la que ya hablé en una de mis entradas de Lecturas Recomendadas.

Hola de nuevo (Hello Again) se publicó en 2014 en la revista Tin House. Según su autor, la principal dificultad con la que se encontró al escribir este relato fue conseguir reducir el número de veces que aparecía la palabra «universo», que en el primer borrador era de alrededor de ochenta, cantidad ciertamente un tanto elevada dada la brevedad del mismo. Se trata de una historia muy cosmicómica, y mi segundo intento (tras la reseña de Ursula K. Le Guin) por animaros a que leáis o releáis Las cosmicómicas o, incluso mejor, Todas las cosmicómicas. De hecho, el propio Seth recomienda en esta entrevista que si os gusta Hola de nuevo también leáis «Priscilla» (incluida en Tiempo Cero y en Todas las cosmicómicas), porque considera que casi con total seguridad también os va a gustar.

Para no perder las buenas costumbres, por último quiero dejar constancia de mi agradecimiento a Seth por enviarme este cuento y permitirme compartirlo con todos vosotros dentro de este pequeño homenaje a Calvino, al que creo que está encantado de haberse unido puesto que este autor es también es uno de sus favoritos. Thanks a million, Seth!

ACTUALIZACION I: Ya están colgados aquí los formatos para ebook (EPUB, FB2 y MOBI) del relato. Muchas gracias una vez más a Johan y Jean por su colaboración en la elaboración de los mismos.

ACTUALIZACION II: Este relato ha aparecido recientemente en el número de julio de 2016 de la revista Lightspeed, así que ahora también lo podéis disfrutar en su versión original aquí.

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Hola de nuevo

Seth Fried

Tras una larga y turbulenta expansión, el universo comenzó a contraerse. La velocidad a la que había salido despedido fue superada finalmente por la fuerza gravitacional centrípeta de su propia materia en suspensión, de modo que, como si fueran viajeros fatigados, las estrellas y planetas hicieron una pausa antes de emprender el largo camino de regreso para volver a reunirse. Se juntaron en grandes conglomerados, chocando con tanta fuerza que implosionaron en agujeros negros. De esta manera, la creación al completo se devoró a sí misma y quedó comprimida en una región increíblemente caliente y densa. La situación era idéntica por completo a las condiciones iniciales que habían precedido al big bang. Y, como no había nada que impidiera que esa afortunada explosión se repitiera, el universo inevitablemente salió proyectado una vez más en un ciclo que carecía de fin. Si se hubiera podido observar este movimiento de forma global a lo largo de un período imposible de tiempo, habría parecido que el universo estaba inspirando y espirando de manera regular, inspirando y espirando, inspirando y espirando.

Y lo que es más, como los distintos componentes del universo siempre salían lanzados en el mismo orden y con la misma cantidad de fuerza, el siguiente universo era siempre indistinguible del anterior. Todas las galaxias, todas las cordilleras, todas las moléculas quedaban distribuidas en el espacio y tiempo como lo habían estado en todas las otras innumerables iteraciones del universo. Incluso algo tan aparentemente accidental y caprichoso como la raza humana era reproducido a la perfección y sin variación alguna. Las personas nacían con un cuerpo compuesto exactamente de la misma materia de la que lo había estado cientos de billones de años atrás. Nacían en el mismo momento y de la misma madre, y el destino que se labraban era el mismo destino hasta su fin.

Aunque los individuos podían hacer elecciones que eran totalmente espontáneas y acordes con su propia naturaleza, siempre se encontraban con que en todo momento su coyuntura personal y todas las circunstancias externas eran idénticas, de modo que sus decisiones (aunque tomadas con total libertad) eran de manera inexorable las mismas. Ya se tratara de un asesinato impune o del descubrimiento de la penicilina, los implicados acertaban a la perfección e interpretaban sus papeles con la involuntaria perentoriedad resultado de la asunción de que nunca habían vivido ya su vida en un universo anterior. Bueno, hasta que el creciente conocimiento del universo de la raza humana alcanzó a englobar el hecho irrefutable de que el universo y todo lo que este contenía se estaba repitiendo, momento en que la humanidad se vio abocada a un estado de crisis existencial.

Después de todo, saber que todas las decisiones ya habían sido tomadas y que volverían a serlo una y otra vez, incesantemente, dejaba al libre albedrío sin gran parte de su encanto. De pronto, los comportamientos más ilógicos y privados de la gente se proyectaban por el tiempo en ambos sentidos en una simetría mareante, de manera que, aunque impresionadas ante la aparente inmensidad de su propia existencia, las personas también empezaron a sentirse despojadas de sí mismas y de cualquier influencia personal. En cierta manera, los astrólogos habían tenido razón: el destino de un individuo y la posición y el movimiento de los cuerpos celestes venían a ser lo mismo. Todas las decisiones, ya fueran meditadas o precipitadas, no eran más que proyectiles procedentes del centro del universo; y la voluntad de cualquier persona rebotaba por el espacio y el tiempo ajustándose a una pauta que había sido determinada miles de millones de años atrás por la manera en que toda la materia había salido despedida.

También cundió una peculiar sensación de soledad al saberse que tras la muerte de una persona se crearía otra versión diferenciada de ella misma. Ese futuro ente, aunque compuesto por el mismo puñado de carbono y presto a llevar la misma vida, sería independiente por completo. Un hombre en su lecho de muerte se veía obligado a aceptar la idea de que los momentos más entrañables de su vida se repetirían sin él, mientras que los más bochornosos serían revividos por un desconocido con su rostro y nombre. El moribundo, respirando entrecortadamente en una cama de hospital, sentiría envidia, compasión e incluso ira contra ese otro yo, el cual iba a vivir sus alegrías, apechugar con sus errores y adquirir penosamente toda esa experiencia ganada con tanto esfuerzo que por derecho le pertenecía solo a él.

Asimismo, un padre mirando a su hija montar en bicicleta por primera vez experimentaría una secreta, si bien innegable, sensación de distanciamiento, al comprender que todos los detalles de ese momento (la sonrisa en el rostro de la niña, sus gritos de entusiasmo, e incluso el inseguro bamboleo de la rueda delantera de la bicicleta), que en otras circunstancias le habrían parecidos tan únicos como una rúbrica, serían exactamente los mismos en el siguiente universo. Meses más tarde, cuando su hija llorara desconsoladamente en su cuarto porque sus compañeros del colegio se habían dado cuenta de que su nombre rimaba con alguna grosería, se vería obligado a aceptar el hecho de que, aunque el dolor que ella estaba experimentando era en muchos sentidos trivial, también era eterno; de que, dentro de la infinita aflicción de la vida de su hija, ese momento siempre estaría ocupado por una mortificación inútil que siempre la cambiaría del mismo modo.

Todas las cosas terribles que deberían haberse rectificado nunca serían enmendadas; y todas las cosas buenas que deberían haber sucedido en una única ocasión se convertían en algo fútil por culpa de ese renacimiento mecánico. Todas las grandes obras de arte se crearían como churros, innumerables veces: esas expresiones perfectas de la humanidad se revelarían como poco más que tics circunstanciales, eyaculaciones infinitesimales de la infinita monotonía del universo. Y a su vez, todas las atrocidades y guerras se reproducirían con idéntica angustia.

Los seres humanos sufrieron bajo el peso de este conocimiento durante miles de años. De igual manera que la visión de una luna llena sobre una inmensa llanura vacía había despertado en el hombre primitivo sus primeras sensaciones de asombro y miedo, que con el tiempo habían empujado a los humanos a subir a un cohete y lanzarse más allá de la órbita terrestre, este conocimiento se abrió paso en los sueños y pesadillas colectivos de todos los individuos, hasta cuajar en la gran esperanza tácita de que este universo podría encontrar alguna manera de comunicarse con el siguiente, y permitir así a la civilización progresar más allá de su curso en la iteración anterior.

Esta esperanza se materializó en un gran organismo internacional llamado Centro para la Materia Comprimible (CMC), cuya única misión era crear un material que pudiera resistir la compresión infinita del universo y expandirse de nuevo en cuanto se recuperaran las condiciones que se daban en esos momentos. El material se diseñaría de manera que fuera capaz de aguantar tanto las inconmensurables colisiones que tendrían lugar durante la formación de la Tierra, como los periodos de calor y frío extremo. Se fabricarían láminas finas del mismo en las que se grabaría en miles de lenguas, tanto clásicas como modernas, lo que los miembros del comité del CMC acordaron era «información ventajosa». Se creía que esto permitiría que por primera vez la raza humana evolucionara más rápidamente.

Una vez inventado este material, a los expertos en diseminación del CMC no les resultó complicado introducir esas láminas en una cápsula fabricada con esa misma sustancia. El equipo de diseminación también fue capaz de calcular en determinados casos la evolución de la ubicación de la cápsula durante la compresión y expansión. Si se colocaba en un lugar concreto de los montes Urales del universo actual, arribaría al siguiente en las proximidades de África occidental, uno de los principales focos de irradiación cultural en la historia de la humanidad. Si se situaba en otro punto a menos de un kilómetro de distancia, terminaría alojada en el núcleo de la Luna o a la deriva por el espacio vacío.

Unos años después de que la primera cápsula fuera colocada en la cumbre de justo la montaña apropiada, se descubrió otra mucho más antigua en las afueras de Serekunda. Los documentos que contenía esta segunda cápsula era idénticos a los que el equipo del CMC había introducido en la primera. Era evidente que, del mismo modo que la cápsula recientemente fabricada había sido dejada para el siguiente universo, esta lo había sido para que fuera encontrada por el actual. A primera vista, esto quería decir que la cápsula era un éxito. Sin embargo, cuando se consideraba el asunto con algo más de detenimiento, parecía ser la demostración irrefutable de que todos los esfuerzos habían sido en vano. El que esta cápsula más antigua no hubiese sido encontrada hasta después de que la del universo presente hubiera sido emplazada quería decir que la siguiente instancia de la humanidad no encontraría la cápsula del presente hasta unos años después de que el CMC hubiera terminado de trabajar en la siguiente. De manera que, aunque las cápsulas eran efectivamente capaces de perdurar durante extensísimos períodos de tiempo y sobrevivir a los cataclismos inimaginables que habían destruido y originado el mundo, lo único que se había logrado era enviar un mensaje que era idéntico al que el CMC del siguiente universo ya había escrito.

Eso hubiera sido el final del ambicioso intento de la humanidad por liberarse de las repeticiones de no haber sido por el descubrimiento de una tercera cápsula todavía más antigua, desenterrada por casualidad por unos obreros de la construcción durante la excavación de los cimientos de una urbanización de bloques de apartamentos en un barrio de moda a las afueras de Toronto. Cuando se envió la cápsula al CMC para su análisis, el personal del centro estableció que los documentos que contenía en su interior eran asimismo idénticos a los de la cápsula que seguía enterrada tranquilamente en los montes Urales.

Aunque la intención había sido que las cápsulas sobrevivieran hasta el siguiente universo, por supuesto que no había nada en su diseño que las impidiera durar incluso más tiempo. La que había sido hallada a las afueras de Serekunda se encontraba en esos momentos en los laboratorios del CMC para ser examinada, y lo más probable es que llegara un día en que fuera trasladada a algún almacén donde permanecería mientras el CMC continuara funcionando. Con el tiempo sería adquirida por sucesivas entidades, se perdería o sería abandonada, así hasta llegar a su ubicación definitiva donde esperaría el final del actual universo, solo para acabar en el siguiente, ya fuera incrustada debajo del lago Michigan, a la deriva camino de Plutón o, en esta instancia, enterrada debajo de una urbanización canadiense.

Otras cápsulas aparecieron en otros lugares. Algunas eran tan antiguas que habían empezado a desintegrarse tras tantas expansiones y contracciones del universo. Y lo que era más significativo, se encontraron algunas a las que les faltaba la tapa y de las que se habían sacado los documentos. Es posible que el descubrimiento más sorprendente fuera el de una joven egiptóloga llamada Elizabeth Edlund, quien al examinar por rayos X una serie de canopes se había encontrado con que varios de ellos eran cápsulas CMC recubiertas de arcilla.

Unas décadas más tarde, una flamante disciplina dominaba las instituciones de enseñanza superior de todo el planeta. Los eruditos repasaban minuciosamente la historia del progreso de la humanidad a la búsqueda de cualquier momento en que la raza humana pudiera haber sido influenciada directamente por los documentos del CMC. Se trataba de un campo de estudio fascinante y a la vez imposible. Estaba claro que en todas las conquistas de la humanidad la información incluida en la cápsula del CMC parecía estar detrás de alguno de sus elementos. No obstante, cuando el comité había preparado esos documentos, la «información ventajosa» incluida tan solo había consistido en un resumen de los logros humanos hasta ese momento. Como era de esperar, hubo una gran controversia sobre si los documentos en cuestión podrían haber sido de manera simultánea tanto la causa como el resultado del progreso humano. El CMC no había resuelto el problema de la inmutabilidad del universo, sino que sus esfuerzos solo habían conseguido complicarlo al suscitar la cuestión de si cada uno de los universos era un fenómeno autónomo o si formaban parte de una secuencia de fenómenos interdependientes que se inducían los unos a los otros y se hacían eco entre ellos a perpetuidad.

Mientras tanto, los científicos habían empezado a comprender que, como el universo presente pasaría a los sucesivos no solo su propia cápsula sino también todas las anteriores, los universos para nada podían seguir siendo el mismo al ir acumulando cápsulas a un ritmo constante: aunque se desintegraran por las continuas implosiones y expansiones, seguían estando presentes en todos ellos, incluso aunque solo fuera como un puñado de polvo irreconocible. Además, las cápsulas también variaban continuamente de posición de una iteración a la siguiente, en un deslizamiento gradual a través del universo. Es cierto que la contribución de cada una de ellas era pequeña: en cuanto se veían sometidas a cualquier fuerza significativa, y conforme a su naturaleza, se comprimían drásticamente. No obstante, como a lo largo de las iteraciones se irían acumulando cada vez más, parecía inevitable que su presencia terminara por alterar la trayectoria inicial de la totalidad de la materia. Todas esas colisiones al azar que habían creado el universo tal como era, el sistema solar tal como era, la Tierra tal como era, dejarían de producirse de la misma manera, y por lo tanto se engendraría un universo impredeciblemente nuevo. En resumen, la intervención humana había conseguido que el universo estuviera en condiciones de no reproducir la humanidad.

La posibilidad de la repetición infinita había resultado perturbadora desde el punto de vista de los humanos, pero esta nueva información les hizo añorar aquella creencia, y un espíritu de conservación, en cierto modo vano, se apoderó de ellos. Incluso aunque se pudieran localizar y destruir la totalidad de las cápsulas, el CMC nunca podría recuperar todas aquellas que en su deriva ya se habían alejado de la Tierra, ni impedir que el siguiente universo fabricara las suyas. Todo era inútil.

Ese mismo padre, mientras miraba a su hija hacer pacientemente los deberes de matemáticas, ahora contemplaba la posibilidad de que llegara un día en que tanto él como su hija, junto con todo recuerdo de ellos, se desvaneciera del universo, y la desesperación se apoderaba de él, como si su amor hacia ella no estuviese tanto definido por el auténtico contenido de esa emoción, sino por el terrible vacío que ahora amenazaba con erradicarla.

Tras milenios de ansiedad, esfuerzos y reflexiones, los seres humanos se encontraban exactamente en el mismo punto en que habían estado antes de haberse planteado la cuestión de las repeticiones. La vida volvía a estar definida de nuevo por la circunstancia de que era fugaz y transitoria. Aunque ahora se disponía del conocimiento adicional, al que normalmente se apelaba siempre que existía algún motivo de alegría, de que este universo se las había apañado para reproducirse al menos una vez más. Tanto cuando un anciano matrimonio estaba sentado plácidamente en un parque un agradable día otoñal, como cuando a unos jóvenes padres les entregaban a su nuevo hijo, recién nacido y sano, tales sucesos eran recibidos con una calidez que se originaba en el pasado y se adentraba vacilante en el futuro, y el anciano matrimonio y los jóvenes padres saludaban al espacioso parque o a ese fardo que era el bebé con esa expresión habitual, cuya forma difiere de un idioma a otro, pero que siempre se puede considerar que, en todos ellos, simplemente quiere decir: «Hola de nuevo».

Copyright © 2014 Seth Fried

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3 respuestas a Hola de nuevo, de Seth Fried – Especial Calvino III

  1. Ozymandias dijo:

    Gracias por la traducción de Hola de nuevo, y de todos los demás textos. Un trabajo impresionante, digno de la felicitación y del aplauso. Gracias Marcheto.

  2. Ayrton da Silva dijo:

    Gracias por este trabajo que haces.
    Genial.

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