Alex Shvartsman es un escritor, editor y diseñador de juegos estadounidense que reside en Nueva York, aunque su infancia la pasó en su Ucrania natal. Y no solo eso, sino que también ha sido jugador profesional de primerísima fila de Magic: The Gathering. En su faceta como editor, destaca su serie anual de antologías Unidentified Funny Objects, financiadas vía Kickstarter, en las que recopila relatos de ciencia ficción y fantasía de tono humorístico, en una línea similar a los del especial de este blog. De hecho, De mat y mates se publicó en la primera de estas antologías. Ahora mismo está embarcado en la preparación del que será el cuarto título de esta serie. Como escritor ha publicado más de sesenta cuentos en diversas revistas y antologías. Y hace tan solo unos días apareció su primera colección, titulada Explaining Cthulhu to Grandma and Other Stories, prologada por Ken Liu y también financiada vía Kickstarter, en la que recoge gran parte de su ficción breve, y de la que podéis leer una reseña en el blog Fantástica Ficción (donde también podéis leer una entrevista a Alex).
Cthulhu explicado a la yaya (Explaining Cthulhu to Grandma, que podéis leer aquí o escuchar aquí), el relato que da título a dicha colección, se publicó por primera vez en 2013 en la revista InterGalactic Medicine Show, y fue el ganador del WSFA Small Press Award del año 2014 (premio que se concede a la mejor obra de ficción breve de literatura especulativa publicada durante el año anterior por una editorial pequeña). Y, dado su título y el hecho de que forme parte de nuestro Especial Humor, ya os imaginaréis que tal vez a Lovecraft este cuento no le habría acabado de convencer. 😉 En cualquier caso, si a vosotros sí que os gusta, existe una secuela, High-Tech Fairies and the Pandora Perplexity, que también está incluida en Explaining Cthulhu to Grandma and Other Stories.
Y, como de costumbre, quiero cerrar esta presentación dándole las gracias a Alex por su amable colaboración, ya que no solo me dio todo tipo de facilidades a la hora de leer sus cuentos y elegir cuál quería publicar, sino que también me ayudó a contactar con algún otro de los autores de este especial. Thanks a million, Alex!
ACTUALIZACION I: Ya tenéis disponible aquí el cuento en los formatos para ebook (EPUB, FB2 y MOBI). Gracias una vez más a Jean Mallart y Johan por su colaboración.
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Cthulhu explicado a la yaya
Alex Shvartsman
Acababa de cerrar la transacción del año y estaba deseando contárselo a mi abuela.
En cuanto el cliente se marchó, eché el cerrojo de la puerta principal, puse el letrero de cartón por el lado de «Cerrado» y me dirigí a la parte de atrás. Con mi última adquisición abrazada contra la blusa, entré en el abarrotado almacén y rodeé el cañón naval de bronce y, tras evitar por los pelos que el dobladillo de la falda se me enganchara en una armadura oxidada, seguí abriéndome camino por entre una plétora de artículos demasiado grandes o demasiado pesados para las estanterías, la mayoría de los cuales estaban ahí desde antes de que yo naciera y probablemente seguirán en el mismo lugar mucho después de que mis hipotéticos futuros hijos se hagan cargo del local. Nunca se sabe cuándo puede aparecer el comprador adecuado, y nuestra familia tiene intención de seguir con este negocio una buena temporada.
Mi abuela Heide estaba en el despacho, sentada detrás de la mesa. Había apartado el teclado para tener espacio para el solitario que estaba haciendo con un tarot egipcio del siglo XIII, y apenas levantó la vista cuando entré.
—Yaya, sabes que puedes jugar a eso en el ordenador, ¿verdad?
Mi abuela colocó una carta en una de las columnas tras unos instantes de reflexión.
—¿Acaso puede ese cacharro tuyo moderno imitar lo que se siente al barajar unos viejos naipes bien sobados?, ¿o simular el placer de colocar una carta justo en el lugar exacto para conseguir la jugada perfecta? No lo creo. —Me miró por encima de las gafas—. Hacer las cosas a la vieja usanza casi siempre suele ser mejor.
—Sí, vale, no he venido para volver a discutir sobre eso. Adivina lo que acaban de empeñar.
Me acerqué y coloqué delante de ella una dimensión de bolsillo. Parecía una bola de nieve de forma piramidal, alta como una lata de refresco. Estaba llena de agua de océano. En el centro flotaba una criatura con escamas y tentáculos, y perfiles tan antinaturales que si la mirabas fijamente te empezaba a doler la cabeza. Cuando no se guardaba fuera de nuestro continuo espacio-tiempo era del tamaño de un crucero y debía de pesar tanto como una montaña pequeña, motivo por el cual una dimensión de bolsillo resultaba la mar de útil.
Mi abuela cogió la pirámide, empujó las gafas que se le habían deslizado por la nariz y observó el interior de la dimensión.
—¿Qué es esto? —preguntó.
—¡Cthulhu! —respondí rebosante de orgullo y satisfacción.
—¡Jesús! —dijo mi abuela.
No estaba segura de si lo había dicho en broma o no, aunque lo más probable era que no.
—No he estornudado —señalé—. Se llama Cthulhu. Es un dios ancestral del horror y la angustia, que sigue soñando a pesar de estar muerto.
Mi abuela no parecía estar impresionada.
—¿Qué es lo que hace?, aparte de soñar —preguntó mientras giraba lentamente la dimensión para examinar su contenido.
—¿Hacer? Es un símbolo de los misterios incognoscibles del universo que eclipsan la importancia de la humanidad. Y además es un dios. ¿Desde cuándo no tenías uno de estos?
—Desde 1982 —me respondió al momento—. El gobierno argentino empeñó unos cuantos dioses de la naturaleza guaraníes para ayudar a sufragar los gastos del conflicto de las Malvinas. Aunque no le sirvió de mucho.
Yo no me acordaba, aunque allá por 1982 todavía llevaba pañales.
—Las deidades menores precolombinas apenas cuentan. Este —dije señalando la pirámide— sí que es un señor dios.
Tras terminar de examinar a Cthulhu, mi abuela dejó la dimensión de bolsillo encima del ordenador, junto a una taza llena de bolígrafos, y volvió a dedicarme toda su atención.
—¿Y cuánto has pagado por este artículo tan único y excepcional?
Se lo dije.
Mi abuela apretó los labios y me lanzó una mirada reprobatoria. Desde que de pequeña había roto el ala del fénix disecado, esa ha sido la expresión de severidad que la yaya Heide reserva para cuando meto la pata hasta el fondo.
—Quienquiera que lo haya empeñado, seguro que ha cogido el dinero y se ha largado corriendo —declaró—. Y no volverá. Disfrútalo durante el próximo mes y confiemos en que este pulpo gigante entusiasme a algún mendrugo tanto como a ti. Y si no, a lo mejor lo podemos vender por kilos a las cadenas de restaurantes de sushi.
—Nunca tienes fe alguna en las transacciones que cierro yo —dije cruzando los brazos—. Ya no soy una niñita, y me he pasado la vida entera metida en el negocio. ¿Cuándo empezarás a confiar en mi criterio? Te aseguro que esto ha sido un chollo y te lo demostraré.
—Este establecimiento está lleno de errores de jóvenes excesivamente entusiastas —dijo señalando hacia el almacén, rebosante de objetos—. Yo también cometí unos cuantos a tu edad. El negocio de los empeños es sencillo. Hay que ceñirse a artículos corrientes y de calidad que tengan una salida fácil, y conseguirlos baratos. Cuanto antes lo aceptes, antes estarás preparada para hacerte cargo del negocio familiar. —Y cogió la siguiente carta del mazo para indicarme que la conversación había terminado.
Cuando tu familia regenta la casa de empeños más antigua del mundo, la responsabilidad que vas a tener que asumir es muy grande. Me pregunté si mi abuela se habría encontrado con un problema similar cuando tuvo la edad suficiente para trabajar en el negocio, antes de que mi bisabuelo Hannelore se jubilara.
De acuerdo con las condiciones de la operación, el cliente tenía treinta días para volver a recuperar su artículo. Así que yo contaba con un plazo más que suficiente para buscar posibles compradores. Ante mí se abrían varias posibilidades, pero empecé por la obvia.
Descorrí el cerrojo de la puerta principal y puse el letrero por el lado de «Abierto», y luego encendí mi portátil y me conecté a Craiglist.
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No hubo que esperar un mes. El primer colectivo interesado se presentó unos días después.
—Soy Keldmo, el Gran Profeta de los Profundos —anunció el gordísimo hombre, que iba ataviado con una especie de toga o de albornoz, probablemente porque nadie fabricaba pantalones de su talla—. Tengo entendido que el gran Cthulhu ha llegado recientemente a vuestro poder…
—Así es. O así será si su anterior dueño no paga el préstamo antes de tres semanas. ¿Cuánto está dispuesto a pagar?
—¿No es suficiente la eterna gratitud de miles de adoradores?
—Ni de cerca.
—No tengo demasiado dinero. —Keldmo se secó el sudor de sus varias y amplias papadas con un pañuelo—. Durante estos últimos años, la congregación no se ha mostrado demasiado devota, y en el cepillo apenas recojo lo suficiente para no pasar hambre.
Me mordí la lengua para no soltar la réplica obvia. Porque además Keldmo no hubiera pillado la pulla: si alguna vez había tenido sentido del humor, lo más probable es que se lo hubiera comido mucho tiempo atrás.
—Estoy seguro de que exhibir al auténtico Cthulhu en los servicios haría cambiar las cosas —continuó—. Reavivaría el interés de los fieles, resultaría de ayuda en las campañas para captar seguidores… todo ese tipo de cosas.
—No estará pensando en despertarlo y soltarlo por el mundo, ¿verdad?
—¡No, por Dios! Un dios vivo puede ser peligroso e impredecible. ¿Qué pasaría si sus ideas y planes respecto a sus fieles no concuerdan con los míos? No, es mejor no perturbar el sueño de esas terribles criaturas durmientes.
—Bien, y ahora ya en serio, ¿cuánto está dispuesto a pagar?
Keldmo hizo su oferta. Era considerablemente inferior a la cantidad que yo había invertido, pero por algo hay que empezar. Le dije al líder del culto que tendría noticias mías y se fue tan campante.
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Una semana después se presentó en el local un grupo de criaturas de un universo paralelo. Se hubieran parecido un montón a esos extraterrestres grises que salen en la tele de haber tenido estos aletas y branquias. Me los quedé mirando de hito en hito, tal vez más de lo que marca la buena educación. Los visitantes de universos paralelos no son algo que se vea todos los días, ni siquiera en un establecimiento como el nuestro.
—Estamos interesados en los servicios de vuestro dios submarino —dijo el líder del grupo.
—¿En qué tipo de servicios? —Tenía que saberlo.
—Somos criaturas acuáticas —respondió el líder, al que mentalmente apodé Nemo—. Recientemente, nuestras aguas se han visto infestadas de serpientes marinas. Como somos pacifistas, no podemos hacer frente a esta calamidad por nosotros mismos. Pero es bien sabido que los Profundos son los depredadores naturales del océano. Deseamos despertar a Cthulhu y liberarlo para que pueda devorar todas las serpientes marinas.
Tenía mis reservas sobre este plan y sobre lo que Cthulhu podría hacer a los congéneres de Nemo una vez que se hubiera quedado sin serpientes marinas, pero al menos no estaban planeando despertarlo en este, nuestro universo. Un punto muy importante a su favor.
—¿Cuánto podéis pagar?
Los alienígenas se apiñaron nerviosos.
—Además de ser pacifistas, somos una sociedad sin dinero —explicó Nemo—. No explotamos las minas, no pescamos, no producimos obras de arte… Vivimos en armonía con la naturaleza y nos alimentamos de algas. Me temo que no poseemos nada que podáis considerar de valor. Sin embargo —añadió animadamente—, no queremos comprar vuestro dios, tan solo queremos alquilarlo. Os lo devolveremos encantados, y en perfectas condiciones, una vez se haya alimentado.
Fruncí el entrecejo. La idea de recuperar a Cthulhu despierto y bien alimentado no era nada atrayente.
—Contribuiríais a salvar toda una civilización —continuó Nemo—. Y seguro que en este universo también existe el concepto de compasión, ¿verdad?
Me daban pena estos cándidos pacifistas, pero también estaba bastante segura de que no les iba a hacer un favor liberando a Cthulhu en medio de una sociedad que ni siquiera era capaz de hacer frente a unas cuantas serpientes marinas. Y además estaba al frente de un negocio, no de la Sociedad Interdimensional para la Conservación de los Pantanos.
Le dije a Nemo que me lo pensaría y le acompañé a él y a sus amigos hasta la puerta.
—Nadie te va a dar ni un duro por él —dijo mi abuela desde el almacén una vez la puerta se hubo cerrado tras ellos—, pero estoy segura de que puedes encontrar montones de tipos que estarían dispuestos a quedárselo gratis.
Apreté los dientes y continué organizando y etiquetando el estante de las pociones de amor. La número 9 siempre la teníamos agotada por culpa de esa canción, Love Potion Number 9. A pesar de que, según me habían contado, sabía a vómito de trol.
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Cuando ya habían pasado casi dos semanas y estaba empezando a preocuparme, se presentaron otros interesados en comprar a Cthulhu, en esta ocasión representados por un hombre alto y enjuto que llevaba por los hombros una capa adornada con una melena de león. La cálida temperatura de agosto del exterior no parecía molestarle. Su ancho pecho estaba engalanado con varias hileras de dientes que colgaban de bramantes alrededor de su cuello. Hubiera jurado que algunos de los dientes eran humanos, aunque, bueno, yo no soy dentista. Una larga espada le pendía de su cinto.
—Soy sir Barnabas, gran caballero de la Orden de San Jorge —anunció, en voz más alta de lo que era absolutamente necesario.
—Bienvenido —dijo mi abuela. Los marcados músculos y la profunda voz de barítono de sir Barnabas la habían impelido a abandonar la parte de atrás del local como por arte de magia—. Yo soy Heide. Y esta es mi nieta, Sylvia. Está soltera.
—Mi señora… —Sir Barnabas se inclinó para besar la mano de mi abuela—. Dama mía… —dijo dedicándome una gentil reverencia. Hubiera jurado que oí desmayarse a mi abuela—. En nombre de la Orden de San Jorge vengo buscando al monstruoso Cthulhu que se dice está en vuestro poder. ¿Me ayudaréis en mi causa?
—¿Está vuestra causa dedicada a alguna dama? —preguntó mi abuela.
—¿Para qué lo queréis? —le pregunté yo antes de que mi abuela se lanzara a hacer de celestina.
—Siendo como somos la Orden de San Jorge, ¿no está claro?
—Respondedme no obstante.
—Cazamos y matamos dragones.
—Los dragones se han extinguido —intervino mi abuela.
—¡Vos lo habéis dicho! También cazaremos y mataremos a este Cthulhu. Será algo glorioso. Se compondrán canciones sobre…
—Cthulhu no es un dragón —le interrumpí.
—Estrictamente hablando, tenéis razón —reconoció Barnabas—, pero tiene escamas y alas, y es una bestia inmunda. Eso es lo más parecido a lo que podemos aspirar hoy en día.
—Ya. —La idea de una panda de caballeros intentando derrotar a un antiguo dios clavándole lanzas me resultó graciosa, pero solo hasta que me acordé de que compartía planeta con ellos. Porque lo más probable es que esas lanzas consiguieran cabrear a Cthulhu… todavía más—. ¿Cuánto está vuestra orden preparada a pagar por este honor?
—Los caballeros de San Jorge hacen voto de pobreza. Sin embargo, vuestra contribución a esta causa será inmortalizada en los anales de nuestra orden. Lo que es mejor que el mero dinero.
—El de pobreza es el voto más estúpido que un caballero puede hacer—señaló mi abuela mirándolo con mala cara—. ¿Cómo se supone entonces que va a reunir lo necesario para una dote en condiciones?
Durante quince insoportables minutos, sir Barnabas siguió intentado convencernos de que le entregáramos a Cthulhu, gratis. Le prometí que me lo pensaría, pero solo para conseguir que saliera por la puerta.
—Ya te dije que nadie va a pagar dinero por este bicho —dijo mi abuela, sin quitarle ojo al trasero del caballero mientras este avanzaba calle abajo.
Se equivocaba.
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Dos días antes de que Cthulhu pasara a ser oficialmente de nuestra propiedad llegó el siguiente y último candidato a comprador. Era un anodino hombre de mediana edad y estatura media vestido con un traje azul oscuro, el tipo de persona a la que no se mira dos veces en mitad de una multitud. Su única característica destacable era un maletín de aluminio, que plantificó encima del mostrador delante de mí.
—Quisiera un Cthulhu, por favor —dijo mientras abría el maletín, que resultó estar lleno de dinero.
Mi abuela volvió a aparecer de la nada. Lo único capaz de hacerla acudir más rápidamente que unos pectorales perfectos era un maletín lleno de dinero.
—Hecho —dijo—, pero tendrá que regresar el miércoles. El dueño original tiene hasta entonces para recuperar su propiedad. Hay normas y regulaciones, ya sabe…
—Soy del gobierno, señora. Le aseguro que no se va a meter en ningún lío por entregarme la criatura unos pocos días antes.
—¿Para qué lo quiere? —No me fío del gobierno, aunque ¿quién sí?—. ¿No será por ese rollo del «¿por qué elegir un mal menor?»? Pero si las elecciones no son hasta dentro de dos años…
—Muy graciosa —dijo, aunque su tono y sus ojos decían algo muy distinto—. Mi departamento está encargado de destruir artículos y seres peligrosos antes de que tengan la oportunidad de escapar y de que nos acabe saliendo a todos el tiro por la culata. Su transacción lleva tiempo en nuestro punto de mira. —Se volvió hacia mi abuela y añadió—: Debería no complicarse la vida y aceptar el dinero. Lo mismo me costaría clasificar a Cthulhu como arma de destrucción masiva y confiscárselo sin pagarles compensación alguna.
Mi abuela se irguió y clavó la mirada en el agente gubernamental, echando fuego por los ojos.
—No, no le costaría lo mismo. Este es un centro ancestral de poder, con capas de protección y salvaguarda establecidas a su alrededor por un centenar de generaciones de mis antepasados. Es un hueso demasiado duro de roer para los de su calaña. Lárguese —le ordenó mi abuela señalando la puerta—. No me gusta que me amenacen en mi propio establecimiento. Vuelva dentro de dos días y ya nos pensaremos si aceptamos su oferta.
Y se fue sin decir ni mu.
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El miércoles bastante antes de la hora a la que acostumbran a abrir los negocios, a mi abuela y a mí nos despertaron unos fuertes ruidos provenientes de la calle. Las dos nos vestimos y bajamos a investigar. En el exterior de nuestro establecimiento reinaba el caos.
Cientos de fieles de los Profundos se estaban enfrentando a una compañía de soldados igualmente impresionante que contaba con un par de helicópteros y un tanque. Una docena de caballeros se habían plantado hombro con hombro en mitad de la calle, y miraban desdeñosamente a todo aquel que osaba acercárseles demasiado. Y por todas partes pululaban grupitos de alienígenas grises y con agallas estorbando a todo el mundo.
—Esto es una locura —dije—. En cualquier momento van a empezar a matarse entre ellos.
—Sabía que este Cthulhu lo único que nos iba a traer era problemas —señaló mi abuela—. Casi estoy por dejar que se peguen por él. —Pero yo sabía que no lo decía en serio.
En el interior estábamos totalmente a salvo. El local está protegido por una serie de hechizos, conjuros y encantamientos laboriosamente ensamblados por la familia a lo largo de los siglos. A un intruso le costaría menos colarse en el palacio de Buckingham o en la Casa Blanca.
Sin embargo, nada de eso les impedía pelearse en la calle. Y, a pesar del extemporáneo comentario de mi abuela, no podíamos permitir que eso sucediera.
—Sé que te gusta hacer las cosas a la vieja usanza —le dije—, pero yo soy la culpable de que se haya organizado este follón y tengo que arreglarlo. La situación en estos momentos requiere un enfoque innovador y poco ortodoxo. ¿Me harás el favor de dejar que sea yo quien se encargue de solucionarlo?
Mi abuela vaciló durante un brevísimo instante, luego me sonrió y asintió con la cabeza. Abrí la puerta principal y salí fuera.
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Unos minutos más tarde ya había conseguido reunir al líder de cada uno de los grupos dentro de nuestro establecimiento. Keldmo, sir Barnabas, Nemo y el agente cuyo nombre, tal como cabía esperar, resultó ser Smith se miraban con mala cara. Había tanta tensión en el ambiente que probablemente ni la espada de sir Barnabas hubiera podido cortarla.
—Puedo solucionar este asunto a satisfacción de todos —dije, y los cuatro me dedicaron toda su atención—. Sir Barnabas, me gustaría presentaros a este alienígena de otra dimensión. Su mundo sufre una terrible plaga de serpientes marinas.
—Vaya… —Al caballero se le empezó a hacer la boca agua solo de pensar en cazar serpientes marinas.
—Estaréis de acuerdo en que filogenéticamente las serpientes marinas se encuentran mucho más próximas a los dragones que un dios ancestral muerto, ¿verdad?
—Sin duda alguna, dama mía.
—¿Aceptáis la noble causa de cazarlas y, a cambio, abandonar cualquier futura pretensión de hostigar a Cthulhu?
—De buen agrado, dama mía —dijo mientras se golpeaba con un puño descomunal el peto a la altura del corazón.
A continuación me dirigí a Nemo:
—¿Y vosotros aceptáis la ayuda de los caballeros y renunciáis a la descabellada idea de liberar un depredador incluso más peligroso en vuestro ecosistema?
—Tienen aspecto de ser lo suficientemente sanguinarios, pero también parecen honorables —dijo Nemo—. Parece una solución magnífica.
Cuando los dos salieron por la puerta para comunicar las noticias a los suyos ya iban hablando de municiones, cuestiones de logística y de las canciones que se compondrían en honor de los caballeros.
—Bueno, esa era la parte fácil —dije volviendo a centrar mi atención en los representantes de los grupos que seguían allí.
—No permitiré que una criatura peligrosa acabe en manos de una secta —advirtió el agente Smith.
—No permitiré que asesinen a mi dios —replicó Keldmo.
—No podrás impedírmelo. Tengo a mi disposición el ejército al completo.
—Mis discípulos están por todas partes. Si os atrevéis a tocar un solo tentáculo de la cabeza de nuestro dios se cobrarán una venganza sangrienta. Los míos están dispuestos a matar y a morir por mí. —Y añadió con un suspiro—: Algunos, al menos.
—Nada de morir y nada de matar. Ya les he dicho que tengo una solución. Espérenme aquí —les conminé antes de dirigirme a toda prisa al almacén de donde regresé con una bandeja bajo el brazo—. Keldmo, me dijo que no quería despertar a Cthulhu, que con una imagen del mismo le bastaría para recuperar a sus seguidores.
Keldmo me miró, esperando a ver a dónde quería ir a parar, pero no puso ninguna objeción.
—Esta es una bandeja encantada, parte de un juego de dos. La imagen de cualquier objeto que se coloque en la otra bandeja se replicará exactamente sobre esta mientras el objeto siga allí. —Golpeé con suavidad el borde de la bandeja y la dimensión piramidal de bolsillo apareció sobre la misma. Le alargué la bandeja a Keldmo, que la agarró ansiosamente—. Podéis verlo, tocarlo y verificar que está sano y salvo en la otra bandeja, que está en la parte de atrás de nuestro local. Lo único es que no se puede quitar la réplica de encima de la bandeja porque el hechizo se rompería.
—Y en cuanto a usted —dije volviéndome hacia el agente Smith—, nada de matar a Cthulhu. No les conviene buscarse problemas con los fieles de Keldmo y, en cualquier caso, tengo serias dudas de que fueran a poder matarlo. Así que en lugar de eso les ofreceré nuestros servicios para que lo guarden aquí de forma permanente. —El agente parecía tener reservas, pero yo continué hablando—: Existen pocos lugares en el mundo que sean más seguros que nuestro local. Eso es algo que usted ya sabe, porque de lo contrario hubiera irrumpido con las armas por delante para intentar apoderarse de Cthulhu por la fuerza. Nadie podrá ponerle la mano encima mientras esté aquí y, de todas maneras, cualquiera que pudiera querer intentarlo se pensará que está en poder de Keldmo. Porque Keldmo ya se asegurará de ello, ¿verdad?
Keldmo movió la cabeza afirmativamente, con una inmensa sonrisa en su rechoncho rostro. El agente Smith se lo pensó y acabó por asentir también.
—Aunque, por supuesto, requerimos un pago por nuestros servicios. El maletín ese del dinero los cubrirá durante los primeros cien años. Y nuestros descendientes pueden renegociar más adelante.
Esta vez se lo pensó un poco más, pero no consiguió encontrar ningún fallo de bulto a mi plan.
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Horas más tarde se redactaron y firmaron los contratos (por triplicado, como hace las cosas el gobierno), y por fin todo el mundo se marchó. El maletín lleno de dinero se quedó en el despacho junto a la bandeja de plata en la que se encontraba Cthulhu. El agente Smith había pedido que se lo devolviéramos, pero mi abuela se mosqueó en el último momento e insistió en que el maletín también estaba incluido en el trato: debía de estar castigándolo todavía por su anterior prepotencia.
—¿Qué te ha parecido cómo he conseguido contentar a todo el mundo y encima vender una bandeja de plata por un fajo enorme de billetes? —Lo había hecho bien y me merecía aprovechar la oportunidad de poder jactarme—. E incluso nos hemos quedado con Cthulhu. Los gobiernos y los cultos cambian, así que cualquiera sabe lo que puede valer dentro de unas generaciones. ¿Te has convencido ya de que estoy preparada para hacerme cargo del negocio?
—Todavía no —replicó mi abuela—. Para empezar, no deberías haber aceptado ese bicho, y así habríamos podido evitarnos todas estas tonterías.
La miré con mala cara, pero no le llevé la contraria. Entre las prerrogativas de la familia se cuentan el esperar demasiado y el quejarse independientemente de cómo hayan acabado las cosas.
—Todavía no —repitió—, pero ya te falta menos.
Me acerqué y la abracé. Mi abuela torció el morro, pero en sus ojos vislumbré la chispa de una sonrisa.
Copyright © 2013 Alex Shvartsman
Muy divertido. Pero yo le hubiera puesto de título «Quisiera un Cthulhu, por favor». Creo que suena genial.
Gracias Marcheto. Me has alegrado más que un buen café tras una noche de insomnio.
Sí, ese también hubiera sido un buen título, pero he de reconocer que en este caso sí que me he quedado satisfecha con la traducción por la que he optado yo.
Me alegro un montón de que hayas pasado un buen rato gracias al cuento. Y estoy segura de que tras leer tu comentario Alex también consideraría que había cumplido su objetivo, que yo creo que es simplemente ese, divertir al lector durante diez minutillos.
Y muchas gracias por comentar. 🙂
«¿Qué es lo que hace? Aparte de soñar…» Frase para enmarcar. Estas yayas… Gracias, Marcheto
Gracias a ti por pasarte por aquí y dejarnos tu comentario. Y me temo que aunque las yayas puedan ser fuentes de sabiduría, no creo que abunden las que sean unas expertas en Cthulhu. 😉
Tenía muchas ganas de leerlo. Lo tenía en inglés el lista de espera, pero me has ganado… ¡Y me ha encantado! De lo más divertido que he leído. Muchas gracias, a ti por encontrarlo y traducirlo impecablemente y al autor por escribirlo y compartirlo. ¡Tendré que buscar más de Alex Shvartsman! Es muy pero muy bueno…
A mí también me parece un relato muy divertido. Y aparte de que gran parte de la ficción breve de Alex puede leerse gratuitamente en la red, si quieres seguir leyendo cosas de él ahora lo tienes fácil con su primera antología, que además en formato electrónico incluye prácticamente todos sus cuentos (en papel algunos menos).
Muy entretenido. Desde luego por encima de la media de lo que llevo leído del «Unidentified Funny Objects 3». El sentido del humor me ha recordado un poco a Tim Pratt.
Saludos
Yo el UFO3 todavía lo tengo en la pila, aunque lo que he comprobado con este especial humor es que efectivamente sobre gustos no hay nada escrito, y en cuestión de humor todavía menos. En lo de Tim Pratt no había caído, pero es posible que que tengas razón. Y gracias por comentar. 🙂
[Lease con el tonillo característico del Señor Burns]
Ex-ce-len-te
Aunque ahora que lo pienso, el señor Burns también hubiera querido a Cthulhu…
Eso tenlo por seguro. Y no sería el único. Yo misma compraría esa dimensión de bolsillo, aunque solo fuera para utilizarla como pisapapeles. Lo que molaría en el trabajo…
Y me alegro de que te haya gustado.
Hola, Marcheto. De antemano, te pido disculpas por el retraso con la lectura de los relatos de tu blog (la carrera de Derecho me está volviendo loco). Lo solucionaré inmediatamente y luego te daré mis impresiones en un comentario como este.
Respecto al cuento de esta ocasión, me gustó mucho el fortalecimiento de la relación filial entre la protagonista y su abuela al final de la historia. Cuídate mucho.
P. D.: Te recuerdo que soy @Eizid, es decir Gerald.
Hola, Gerald.
No hace falta que te disculpes, faltaría más. Lo primero es lo primero, es normal, porque por desgracia ni siquiera para mí este blog es lo primero. Eso sí, espero con interés tus comentarios a medida que te vayas poniendo al día con los cuentos que tienes pendientes. Y mucha suerte con tus estudios de Derecho.
Acabo de conocer este blog, y he comenzado leyendo este relato. Me ha parecido buenísimo, y el blog en sí me parece estupendo. Gracias por el esfuerzo.
Por cierto, yo no cambiaría el título ni de coña, es lo primero que me ha hecho gracia.
Hola, Bombus. Y, lo primero, bienvenido y muchas gracias por tus palabras. Espero que te animes a continuar leyendo el resto de cuentos del blog (que supongo que ya sabes que puedes descargarte agrupados en las antologías anuales) y que te gusten tanto o más. Y puedes estar tranquilo, que ya no pienso cambiar el título. A mí también me gusta. 😉