Resultados inesperados, de Tim Pratt

Como supongo que tras leer el poema Romance Científico os habréis quedado con todavía más ganas de disfrutar de un nuevo relato de Tim Pratt, aquí va otro.

Resultados inesperados (Unexpected Outcomes) es un cuento que se publicó por primera vez en el número de junio de 2009 de la revista Interzone, que un año más tarde apareció en formato audio en Escape Pod, y que también está incluido en Antiquities and Tangibles & Other Stories, la colección de Tim publicada en 2013. Y, aunque Tim tenga la sensación de que tal vez no sea un relato redondo (como podéis leer en la nota incluida a continuación del mismo), es uno de mis favoritos de la citada antología, y por eso está hoy aquí.

Y una vez más (y ya van tres), quiero darle las gracias a Tim por permitir que este cuento esté hoy aquí. Thanks a million, Tim!

ACTUALIZACION I: Como de costumbre, ya tenéis disponibles aquí los tres formatos habituales para ebook (EPUB, FB2 y MOBI). Una vez más (y ya van ¡19!), muchísimas gracias a Johan y Jean Mallart.

ACTUALIZACIÓN II (19/09/2015): Tim Pratt se ha embarcado recientemente en un nuevo proyecto al que podríamos llamar «Un cuento al mes». Todas aquellas personas que lo apoyen con una aportación de al menos un dólar al mes tendrán acceso a una página en la que podrán leer o descargar un relato inédito suyo cada mes. Así que si queréis convertiros en mecenas de Tim contribuyendo así a que pueda seguir escribiendo cuentos tan buenos como los aparecidos en el blog, o simplemente queréis tener la posibilidad de leer un nuevo relato suyo cada mes, pasaros por aquí.

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Resultados inesperados

Tim Pratt

Aquel martes de septiembre por la mañana estaba en la cama con mi novia, Heather, cuando sonó el teléfono, temprano. No corrimos a cogerlo (para eso están los contestadores) y, después de que sonara dos veces y se oyera la señal, escuchamos a nuestro amigo Sherman decir con voz agitada: «Chicos, deberíais encender la tele».

Seguimos sin levantarnos. Era temprano, alrededor de las seis de la mañana en California, y aunque el teléfono nos había despertado, nos quedamos en la cama un rato más, con nuestros cuerpos enmarañados lánguidamente.

—Oye —dijo Heather—, no ha dicho qué canal. ¿Qué puede haber pasado como para que esté en todas las cadenas?

Le di vueltas al asunto unos instantes antes de responder:

—Extraterrestres.

No lo decía ni medio en serio, pero siempre he sido aficionado a la ciencia ficción (sí, ya sé que ahora suena a pitorreo, ¿a que sí?) y casi tenía una cierta esperanza de que pudiera estar en lo cierto. Extraterrestres.

—Venimos en son de paz —añadí.

—Ojalá —dijo Heather con un suspiro—. Probablemente se trate de un asesinato.

—Probablemente.

Casi un año después de las elecciones, seguíamos cabreados porque Gore había perdido la presidencia que había ganado legítimamente y porque el Tribunal Supremo había decidido que sabía mejor que los ciudadanos lo que les convenía. Y a lo mejor alguien todavía más cabreado que nosotros había decidido hacer algo para solucionar lo de Bush hijo, aunque, a decir verdad, Cheney de presidente hubiera sido incluso peor.

Nos levantamos por fin, fuimos al salón en bata y encendimos la tele… y vimos lo mismo que vio el resto del mundo allá donde hubiera un televisor.

Ya sé que es un cliché, pero lo es con motivo: el 11-S lo cambió todo.

Los bustos parlantes estaban prácticamente vociferando, pero no escuchamos lo que decían y nos limitamos clavar la mirada en la imagen imposible de la pantalla. Un avión de pasajeros (un Boeing 767-223ER, según nos enteramos después) estaba en el aire totalmente inmóvil, tan cerca de la fachada de una de las torres del World Trade Center que alguien podría haberse asomado por la ventana de una oficina y haber apoyado la mano sobre el morro del avión (bueno, si las ventanas de tan arriba se abrieran). El avión estaba suspendido en el cielo de manera inverosímil, igual que un efecto visual en una película sobre un chaval cuyo reloj de pulsera mágico pudiera detener el tiempo. Sin embargo, aunque lo primero que se le pasó por la cabeza a todo el mundo al ver el avión fue «parece sacado de una película», no era una película.

—Tim —dijo Heather—, ¿se trata de… algún tipo de ardid publicitario? ¿O es un truco de magia como los de David Copperfield? ¿O…?

Fui cambiando de canal. En todos ellos estaban las mismas imágenes, con tomas desde los mismos ángulos que se iban repitiendo: desde helicópteros, desde el suelo…; lo único que cambiaba eran las voces que vociferaban.

—No creo… —empecé a decir, y entonces en la pantalla apareció el segundo avión, por la izquierda, deslizándose por el cielo con la gracia natural de un tiburón, moviéndose engañosamente despacio, y yo me preparé para lo peor, pensando que se iba a estrellar contra la segunda torre del Trade Center.

Los periodistas que estaban en la calle dejaron de vociferar y empezaron a chillar.

Pero el avión se paró y se quedó inmóvil allá arriba, con el morro inclinado ligeramente, a escasos palmos de la fachada del edificio.

Y fue entonces cuando apareció ese tipo (ese al que la gente llama el Embajador, el Doctor, el Forastero, el Profesor u otros cientos de cosas más). No era más que un hombre de mediana edad con bata blanca de laboratorio, gafas de montura metálica y pelo canoso. Su figura ocupó por completo la imagen por encima del avión, igual que si la cúpula del cielo se hubiera transformado en una pantalla de cine IMAX, lo que solo sirvió para aumentar esa sensación de irrealidad cargada de efectos especiales.

—¿Qué está diciendo? —preguntó Heather, la misma pregunta que estaban haciéndose los reporteros en la calle, un instante antes de que los labios en movimiento de la figura se sincronizaran con el estentóreo sonido.

—Ciudadanos de la Tierra —dijo—, tengo un mensaje para vosotros.

—Hola —nos saludó una voz desde el extremo más alejado del salón.

Nos giramos rápidamente en el sofá y vimos a un hombre sentado en el viejo confidente lleno de manchas, herencia de un inquilino anterior.

—¿Y tú quién coño eres? ¡Lárgate de aquí!

Vivíamos en una zona de la ciudad bastante cutre, cerca de la calle Cuarenta con la Telegraph Avenue, enfrente de la estación de cercanías de MacArthur, y a veces no podíamos entrar por la puerta principal porque la policía tenía a traficantes de drogas esposados y sentados en la acera que nos impedían pasar; así que el que un vagabundo pirado se hubiera colado en nuestro salón no era algo demasiado descabellado.

Pero mi novia me puso la mano en el brazo y dijo:

—Tim, es el tipo de la tele.

Me volví a acomodar en el sofá, aunque no es que me sintiera precisamente cómodo. No obstante, Heather tenía razón: las mismas gafas, la misma bata de laboratorio, la misma expresión vagamente amable.

—Ciudadanos de… esta casa —dijo—, tengo un mensaje para vosotros.

Más adelante nos enteraríamos de cómo ese tipo se le había aparecido a todo el mundo, en su salón, choza, yurta, batiscafo, templo en la cima de una montaña o parcelita de terreno. En algunos casos se trató de un tipo blanco con bata de laboratorio; en otros, de un negro con traje de tres piezas; en otros fue una mujer con un pañuelo en la cabeza, y en otros, un dios. Su aspecto fue distinto para cada persona, e incluso su imagen en el cielo sobre el World Trade Center no fue la misma para todos los presentes. Sin embargo, su mensaje sí que fue prácticamente idéntico para todos. Me pregunto cómo sería en el caso de esas tribus incomunicadas en el quinto infierno, en Papúa-Nueva Guinea o en las selvas tropicales de Sudamérica… ¿Cómo les explicó la situación siendo que carecían del contexto tecnológico que les permitiera entenderla? ¿O acaso esos pueblos perdidos ni siquiera existen aquí? Al no pertenecer a la comunidad global, al no haberles afectado en lo más mínimo la era del terrorismo internacional, ¿quedaban fuera de los límites del estudio? Tal vez Dawson y yo deberíamos investigarlo, aunque hoy en día lo de explorar la selva es un tanto complicado, a menos que des con el agujero apropiado.

—Habéis sido los sujetos de un prolongado estudio sociológico e histórico que ha sido todo un éxito —explicó el profesor Apocalipsis—. Y ahora ese estudio ha llegado a su fin. —Hizo un gesto señalando la pantalla de la televisión—. En la historia real, esos aviones se estrellaron contra las torres en un ataque orquestado por fundamentalistas religiosos. Esta mañana marcó el comienzo de lo que nosotros llamamos la era del terrorismo internacional. Hemos estado estudiando la génesis de ese período reproduciendo la historia humana al completo hasta ese momento. Y ahora… hemos terminado —concluyó con un leve encogimiento de hombros.

Creo que pensé algo como, «Uf, ¡qué mierda!», probablemente lo mismo que vosotros, aunque me cuesta recordar qué es lo que sentí realmente en aquel momento. Por supuesto que no me lo quería creer, pero claro, con aviones colgados en mitad del cielo y con un tipo del futuro apareciendo en nuestro salón… El asunto resultaba bastante convincente.

—Vuestro mundo no es más que una simulación que se está ejecutando en unos ordenadores (o en lo que vosotros llamaríais ordenadores) en un lejano futuro. Bueno, en lo que para mí es el presente, pero que desde vuestro punto de vista… Siento si todo esto resulta un tanto confuso. Este no es mi nivel semiótico nativo. El mundo que conocéis, las vidas que habéis tenido, son… una dramatización del pasado, tan ajustada como pudimos hacerla, poblada por las mismas personas que vivieron en la historia real, haciendo las mismas cosas que hicieron los individuos originales de los que sois una copia, regidos no por unos programas automáticos sino por las presiones naturales y sociales reproducidas a la perfección, por la combinación de condiciones iniciales y entorno. —El profesor Malasnuevas miró a su alrededor y señaló una de las láminas que teníamos colgada en las paredes color hueso, ese cuadro de Waterhouse, Las ninfas encuentran la cabeza de Orfeo, y continuó—: Igual que ese cuadro, que es una copia, una reproducción del original, pues vosotros sois eso mismo, una reproducción de…

—Entendemos lo que quiere decir. —Me cabreaba que nos considerara tan torpes, primitivos, o lo que fuera que le pareciéramos—. Somos escritores de ciencia ficción. —O en eso estábamos. Había conocido a Heather en un almuerzo organizado por los promotores de una publicación en línea en la que ambos habíamos colaborado—. Quiere decir que estamos viviendo en una simulación. Como en esa película, Matrix.

El hombre asintió con la cabeza y dijo:

—Esa es una comparación que muchos hacen en este país. Que están haciendo. Salvo porque… no hay unos tanques donde estén almacenados vuestros cuerpos de verdad. Sois solo eso, nada más que simulaciones. Igual que personajes en una holocubierta, según han dicho alguno de vuestros compatriotas.

—¿Que no somos reales? —intervino Heather.

—Estrictamente hablando, no. Aunque es defendible que seáis inteligentes. Por eso estoy aquí. Lo normal es que en una simulación histórica de esta clase, cuando termine el estudio, nos limitemos a, bueno, tal como diríais vosotros, a «echarle el cierre». Pero este es un programa muy avanzado, poblado por actores que, aunque artificiales, también son racionales (y aquí englobo todas las simulaciones de humanos junto con las de algunos de los mamíferos marinos de mayor tamaño), por lo que nuestro comité ético ha decidido que no podemos simplemente «echarle el cierre» a vuestra existencia. Una mayoría del comité considera que eso constituiría un genocidio.

—Si no van a dar por finalizado el experimento, ¿para qué aparecérsenos? ¿Por qué no dejar sin más que sigamos viviendo como antes?

No es que yo suela defender que la ignorancia es una bendición, pero estaba empezando a pensar que no se trataba de una idea tan mala.

—Sí, esa es una pregunta lógica. Este es un estudio de gran envergadura, como os podéis imaginar, y los recursos necesarios para simular con precisión un planeta entero con sus seis mil millones de habitantes son ingentes. Puesto que el estudio ha terminado, no podemos justificar la cantidad de capacidad de procesamiento que se requiere para continuarlo con el actual nivel de resolución, así que he venido para informar a todo el mundo sobre determinados, bueno…, recortes en servicios no esenciales.

«Servicios no esenciales» es una frase que hiela la sangre. Me imaginé píxeles en negro en la superficie de la luna, mareas congeladas y el sol apagado igual que una lámpara.

—¿Como cuáles?

—Bueno… —Se removió incómodo, y esa manipulación psicológica me molestó: era una imagen proyectada, no se sentía incómodo y sospecho que solo estaba intentando darme pena en su papel de portador de malas noticias (y, por cierto, Dawson cree que en esto tengo razón)—. El principal es el clima. Simular el clima consume una enorme cantidad de recursos; solo hemos sido capaces de modelar fielmente unos sistemas tan caóticos durante unas cuantas décadas, y la capacidad de procesamiento que consumen es inmensa. Así que se tiene que acabar.

—¿Que ya no va a haber… clima? —A Heather le gustaba trabajar en el jardín y unos parientes suyos tenían una granja, así que creo que ella captó las implicaciones antes que yo—. ¿Qué quiere decir eso exactamente?

—Pues que el tiempo… no cambiará. Donde esté lloviendo ahora mismo, continuará lloviendo. Donde no esté lloviendo, no volverá a llover. Y así. Se habló de detener la rotación de la Tierra, pero en comparación eso resulta bastante sencillo de modelar, y el comité tenía la impresión de que la noche eterna para la mitad del planeta sería algo innecesariamente agotador psicológicamente. Y por lo mismo también seguirá habiendo mareas.

Me lo quedé mirando de hito en hito y dije:

—Así que ¿qué opciones tenemos?, ¿o vivir en lugares con inundaciones permanentes o con sequía permanente? ¡Nos vamos a morir de hambre!

—¡Ah, no!, ya no necesitáis comer. Que tuvierais que comer sería una monstruosidad. Probablemente se produzcan algunos movimientos de población desde las zonas de clima inhóspito, pero como no nacerán más niños el hacinamiento en las zonas templadas debería ser solo algo temporal…

—¿Que no nacerán más niños?

—Por supuesto que no —dijo frunciendo el ceño—. El estudio ha terminado. No necesitamos más sujetos.

Miré a mi novia y en sus ojos vi la misma desolación que yo sentía que dejaban traslucir los míos. Solo llevábamos un mes viviendo juntos, y cinco veces ese tiempo saliendo; a nuestros veintitantos años ni siquiera nos habíamos planteado el casarnos, y por supuesto que en ningún momento habíamos hablado de tener niños… pero creo que los dos pensábamos que llegaría un día en que sí hablaríamos de tenerlos.

—A ver si lo he entendido —dije hablando pausadamente—. Seguiremos viviendo, sin necesidad de comer, sin que nazcan más niños, hasta que todos… ¿nos muramos de viejos?

—Sí. O de accidentes. O… bueno… sospechamos que es posible que, con esta nueva percepción de la realidad, algunos decidan que prefieren no vivir.

—¿Y qué pasa con las enfermedades? —preguntó mi novia.

El desconocido hizo un gesto como de «así, así» con la mano.

—No habrá más pandemias a escala mundial (que, curiosamente, también son muy difíciles de simular con precisión), pero la mayoría de las enfermedades seguirán existiendo, sí.

—¡¿Y por qué no acaban con las enfermedades?!

Heather parecía enfadada. Su padre había muerto de enfisema antes de que nos conociéramos.

—Es que, bueno… las funciones básicas de vuestro cuerpo y sus debilidades ya estaban definidas e incorporadas de manera intrínseca a la simulación tal como la teníamos, y cambiar todo eso… —Se encogió de hombros—. En un estudio que ha concluido, no. Si no hay más preguntas… esto es todo.

—¿Qué quiere decir con que esto es todo?

—Que no tengo nada más que decir. El estudio ha terminado. Sois libres de vivir vuestras vidas como os parezca oportuno.

—¿Qué vidas?

—Esa es una pregunta cuya respuesta tendréis que encontrar por vosotros mismos.

El hombre parpadeó. Y desapareció.

Mi novia y yo alargamos los brazos el uno hacia el otro y nos abrazamos en el sofá, en silencio. Fuera, en las calles de Oakland, los perros ladraban y las sirenas gemían.

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Lo siguiente que recuerdo haber visto en la televisión fueron las imágenes de cuerpos que caían cuando los pasajeros y tripulación del vuelo 11 abrieron la puerta de la cabina y, a pesar de sus forcejeos, lanzaron a los secuestradores hacia la muerte. A algunos periodistas se les cortó la respiración. Otros prorrumpieron en vítores.

Los supervivientes de los aviones dijeron que cuando el embajador llegó desarmó a los secuestradores con un simple gesto de la mano, los reunió y les hizo una serie de preguntas. Ninguno de los supervivientes entendió el idioma que se habló durante esa conversación. Cuando le pregunté a Dawson de qué pensaba que habían hablado el Hombre del Futuro y los secuestradores, se limitó a encogerse de hombros y a decir: «Entrevista de cierre. Bastante habitual en los experimentos psicológicos». Y luego continuó cavando.

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No sé vosotros, pero yo no tenía paciencia alguna con los escépticos. Por supuesto que algunos eran de esos que dicen que la Tierra es plana, que la llegada a la Luna fue un montaje y que el Holocausto nunca sucedió, pero otros eran gente normal (aunque bueno, resulta difícil no sentir simpatía hacia los pirados de las teorías conspiratorias, sobre todo desde que un pequeño subconjunto de los mismos resultó tener razón: el mundo sí que es una impostura y todo lo que sabemos no son más que mentiras). Lo que mueve a los seres humanos son los motores de la negación, la obstinación y la cortedad de vista, seamos simulaciones o no. Funcionarios del gobierno diciéndonos que no teníamos que creer lo que estábamos viendo con nuestros propios ojos. Expertos hablando de histeria de masas, mientras otros expertos (los expertos en pilotar helicópteros) sobrevolaban Nueva York rescatando a los pasajeros que estaban atrapados en esos aviones paralizados sobre la ciudad, y también a los del otro avión que se había detenido a un palmo del Pentágono. El vuelo 93, tan cerca del suelo en Pensilvania cuando se detuvo que el departamento de bomberos de la zona pudo rescatar a los pasajeros utilizando únicamente camiones de esos con escalera y grandes colchonetas inflables para amortiguar la caída de los que tenían demasiado miedo, eran demasiado mayores o estaban demasiado débiles para bajar por la escalera. Y a pesar de todo eso, la gente discutía, vociferaba en la televisión, culpaba a los terroristas o a los imperialistas occidentales, y aseguraba que todo era un montaje. Los científicos intentaron ser racionales, explicarnos cómo de pronto el espacio profundo se había vuelto estático: los púlsares ya no parpadeaban, las estrellas ya no estallaban (más servicios no esenciales desconectados), pero en los Estados Unidos nunca se presta atención a lo que dicen los científicos. Sin embargo, tras unas cuantas semanas sin que nacieran niños, con la gente percatándose de que ya no sentía hambre, con el clima inmutable… se empezó a asumir. La primera ola de suicidios fue bastante brutal. Puede que llegaran al diez por ciento de la población, las personas que pusieron fin a su propia vida. Convivir con el nihilismo no es nada fácil. Por mi parte, siempre había sido ateo. Descubrir que nuestra existencia carecía de sentido, más allá del que nos inventemos nosotros, no me resultó demasiado duro. Aunque sí que me planteé si me habían robado mi destino. Nunca antes había creído en el destino, pero ahora sabía que existía, literalmente, otra vida distinta que yo debería haber vivido, y que ahora nunca iba a tener.

No se suicidaron tantos chalados religiosos como me esperaba. Esa gente es acomodadiza. Se inventaron una serie de estrafalarias explicaciones totalmente nuevas, en la mayoría de las cuales estaban implicados el Anticristo y la ONU, aunque, a decir verdad, eran igual de aburridas e incomprensibles que las estrafalarias explicaciones de antes.

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En cierto modo, era el fin del mundo, así que decidí lanzarme a la carretera. Mi relación con Heather ni siquiera duró hasta el final de septiembre: estaba preocupada por su madre, que vivía sola en el centro del país, en el centro de una inquietud y locura crecientes, así que se puso de acuerdo con unos antiguos amigos para que la llevaran en su coche hasta allí. Ni nos planteamos el que la acompañara. Durante esos últimos días fue como si ni siquiera me viera: miraba más allá de donde estaba yo y se movía a mi alrededor sin percatarse de mi presencia. Aunque siendo justos, es probable que yo me comportara de la misma manera con ella. Nuestro mundo lleno de posibilidades había sido decapitado. Y yo no tenía ninguna otra cosa que me retuviera en Oakland. Llevaba alrededor de un mes viviendo allí, tras haberme trasladado desde Santa Cruz cuando, al terminárseme el contrato en mi anterior trabajo, Heather había accedido a dejarme vivir con ella; así que apenas había echado raíces. Solo llevaba unas semanas en mi nuevo trabajo como ayudante editorial para una publicación literaria de carácter comercial, y los pocos amigos que tenía o no eran tan íntimos como para empujarme a quedarme o se habían dispersado.

Así que cargué mi Nissan plateado con mis posesiones materiales (que tan solo ocuparon el asiento trasero y el maletero, y que eran sobre todo libros) y me dirigí hacia el este, desandando el camino que había tomado trece meses atrás, cuando había dejado las montañas de Carolina del Norte para ir en busca de mi fortuna.

En la carretera había muchos coches, con un montón de gente intentando ir de un sitio a otro por sus propios motivos, fueran cuales fueran. Dejé atrás los restos de varios accidentes, unos dos o tres al día, y había puntos en las montañas o sobre ríos donde estaba claro que a alguno se le habían aflojado las tuercas, había decidido que ya nada tenía sentido y se había lanzado contra los guardarraíles para caer con su coche simulado en un río o barranco simulado. La radio, sobre todo en los tiempos muertos de la noche, estaba llena de predicadores, y yo los escuchaba, porque era o eso o música country, y uno tiene sus límites.

No os voy a mentir. Fue un viaje deprimente y bien jodido. Miraba el cielo vacío y lo que más echaba en falta eran las nubes. El cómo se deslizaban por el cielo, como si estuvieran yendo a alguna parte, pero no tuvieran demasiada prisa por llegar. Supongo que ese era mi mismo caso: moviéndome como una nube sabiendo que finalmente acabaría llegando a mi destino. No tenía teléfono móvil, pero daba igual, puesto que tampoco te podías fiar ya de que funcionaran, y lo mismo pasaba con las cabinas de teléfono, así que no pude avisar a Dawson de que iba de camino, aunque lo intenté varias veces. Ni siquiera podía estar seguro de que él estuviera todavía allí, viviendo en la casa que habíamos compartido con unos amigos en Boone; tenía familia más al este, así que a lo mejor se había marchado para reunirse con ella en estos tiempos de tribulación. Pero Dawson era uno de mis amigos más queridos y el tipo que siempre parecía saber cómo reaccionar ante cualquier cosa sin ni siquiera parpadear, desde las ruedas pinchadas hasta las catástrofes financieras, pasando por los atracadores y los malos viajes. Nos habíamos conocido en un taller de escritura en el primer curso de la universidad, durante el que Dawson decidió que en realidad no tenía madera de escritor y yo decidí que yo sí la tenía, y desde entonces habíamos mantenido una estrecha relación, e incluso habíamos compartido habitación durante varios años. Él era chino-hawaiano, hijo de un militar, había practicado más artes marciales que nombres yo era capaz de recordar, tenía unas cinco espadas, fumaba sin parar, le encantaba quedarse levantado toda la noche comentando películas y no era mejor que yo jugando al ajedrez, aunque le gustaba tanto como a mí. ¿Qué mejor compañía en la que pasar el fin del mundo? Por supuesto, Dawson no era perfecto. Los asuntos románticos y la escritura creativa se le daban de pena. Solíamos bromear diciendo que yo había nacido para amante y él para luchador. Lo de luchar sonaba bastante bien, ¿pero para qué íbamos a luchar?, ¿o con quién?, ¿o contra quién?

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Aunque, dentro de lo que cabe, fue un apocalipsis bastante tranquilo. Me refiero a que no se rompió nada. No explotó nada. Mientras conducía por Texas, me dio bastante mal rollo ver que alguien había atacado la segunda cruz más grande del hemisferio occidental, una especie de símbolo de la zona, que tenía colgando uno de los brazos, roto. A veces me cruzaba con coches que iban en dirección contraria a toda velocidad, y con vehículos militares y de la policía, pero me imaginaba que estarían haciendo frente a pequeños desastres locales. Me preguntaba cuánto tiempo duraría la gente en esa parte de Texas, que había sido siempre bastante seca, pero es que hay una diferencia entre ser «siempre bastante seca» y «no volver a caer ni una gota de lluvia, jamás, nunca jamás». Porque incluso los cactus terminan muriendo de sed, ¿verdad?

Aunque yo no me morí. Me había acostumbrado a no comer (nunca tenía hambre, así que no se me ocurría comer), pero cuando estaba llenando el radiador sobrecalentado en una estación de servicio en el desierto caí en la cuenta de que llevaba un par de días sin beber ni una gota de nada, ni siquiera de un refresco con cafeína. Y tampoco echaba demasiado en falta el beber. Aunque sí que echaba en falta el mear y cagar, momentos en los que solía aprovechar para reflexionar con calma. Es cierto que podía seguir comiendo, pero me parecía que era demasiado lío, y tampoco es que demasiados de los tugurios de comida rápida de la carretera siguieran abiertos. Cuando el mundo se está desmoronando, no continúas currando en la ventanilla de un garito de comida para llevar.

Había estado durmiendo en el coche a un lado de la carretera, aunque tampoco estaba exactamente lo que se dice cansado. ¿Acaso dormir no era más que otro hábito? Esa noche conduje de un tirón y no me sentí cansado en lo más mínimo, ni tampoco noté ni la visión borrosa ni lasitud ni brote psicótico alguno. Después de todo, a lo mejor este apocalipsis tenía su lado positivo. No dormir significaba más tiempo para… Vale, ya no tenía sentido el hacer nada. Así que mejor olvidarse de que el asunto pudiera tener sus ventajas.

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Llegué a Boone a media tarde y aparqué en la entrada de coches que tan familiar me resultaba, la misma de la que había salido hacía algo más de un año. Por entonces, justo después de la universidad, estaba compartiendo la pequeña casa de ladrillo cuyo alquiler pagábamos entre otros cuatro chicos y yo, pero tras graduarnos cada cual nos fuimos por nuestro lado… excepto Dawson, que se había quedado toda la casa para él. En la universidad, Dawson había estudiado psicología clínica, e incluso había sido coautor de un par de artículos (uno bastante controvertido sobre si los videojuegos violentos predisponían hacia el comportamiento violento en la vida real), pero poco después de graduarse se interesó por la medicina tradicional china y empezó a aprender acupuntura.

Dawson estaba sentado en el porche, vestido con un mono cubierto de salpicaduras de barro, bebiendo una cerveza. Cuando aparqué en la entrada, levantó y movió ligeramente la mano a modo de saludo, como si simplemente me hubiera ausentado para ir a la tienda o algo por el estilo. Apagué el motor y subí las escaleras, y él se incorporó y me abrazó. Ni a él le importó mi hedor tras varios días en la carretera ni a mí sus manchas de barro. Yo solía decir que Dawson era una de esas pocas personas por las que yo cogería el primer avión sin preguntar nada si me llamaban diciendo que necesitaban ayuda. Los aviones ya no vuelan hoy en día, pero la idea subyacente sigue siendo la misma.

—Bienvenido, tío —dijo—. Es mejor que no hablemos aquí. Acompáñame al sótano.

Bajó los escalones de la entrada y rodeó la casa; yo fui tras él, y hasta que no hube dado una docena de pasos no me acordé de que la casa no tenía sótano.

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—He estado cavando este agujero en el suelo —dijo Dawson señalando con la cabeza una sucia lona extendida sobre el suelo del patio trasero—. Aunque fueron los topos los que lo empezaron. Ya sabes que siempre nos han dado problemas porque excavan túneles en el patio. Un día que andaba por aquí vi que uno de los agujeros… tenía una pinta rara. El interior no estaba oscuro. Brillaba. Así que cogí una pala y empecé a agrandarlo y, pues bueno…

Se agachó, cogió el borde de la lona y la apartó.

Un túnel inclinado se adentraba en la tierra, apuntalado por un tablón aquí y allá, y al fondo se veía… una gran y brillante nada blanca.

—¿Qué coño es eso?

—¿Es que acaso tengo pinta de ser uno de esos jodidos programadores de fuera de la simulación? —respondió con un encogimiento de hombros—. No estoy seguro. Pero ya sabes que a veces cuando se está jugando con un videojuego te topas con una parte que tiene alguna pifia y de pronto te estás moviendo por debajo del terreno. O viendo los polígonos con los colores trastocados, o sin color alguno, porque no es algo que esté previsto que los jugadores vayan ver jamás, es como si fuera un espacio virtual inacabado. Pues yo creo que esto es algo así. Bajemos.

Dawson se deslizó en el interior del agujero (de ahí el barro) y pronto desapareció de mi vista, y yo lo seguí un instante después, igual que lo había seguido a innumerables fiestas, bares llenos de humo y bosques sombríos durante los años de nuestra amistad. Fue un descenso extraño, a ratos avanzando a gatas y a ratos deslizándonos, pero finalmente llegamos a una caverna de unos dos metros de alto por tres de ancho, con una parte de tierra y otra de esa brillante nada blanca. Había una pala, un pico y unos cuantos cubos: Dawson estaba ampliando la caverna, quitando tierra y raíces para agrandar la blancura. En las paredes colgaban un par de lonas, sujetas por las esquina con clavijas de las que se emplean en las tiendas de campaña. También había un par de sillas plegables hechas un asco, y Dawson y yo nos sentamos.

Miré a mi alrededor. La nada seguía siendo igual de extraña cuando se la examinaba: luz blanca que al mismo tiempo era espacio físico.

—Ya veo que has encontrado un proyecto con el que mantenerte ocupado durante el posapocalipsis.

—Igual me equivoco, pero creo que aquí a lo mejor podemos hablar sin ser monitorizados —dijo Dawson inclinándose hacia delante con aire grave—. Creo que esta pequeña sala está técnicamente fuera de la simulación… bueno, debajo. Es posible que aquí no puedan oírnos.

—¿Oírnos? Si no nos están escuchando, tío. Se han marchado abandonándonos aquí.

Dawson dejó escapar un suspiro y dijo:

—Cuando estábamos en la universidad te metí en un par de estudios psicológicos, ¿te acuerdas?

—Claro.

Que sobre todo habían consistido en rellenar cuestionarios, responder preguntas hipotéticas y otras cosas por el estilo. Nada raro como el experimento de la cárcel de la universidad de Stanford.

—¿Qué es lo primero que no se debe olvidar cuando se participa en uno de estos estudios?

—Yo estaba estudiando filología inglesa, Dawson, vas a tener que refrescarme la memoria.

—Los investigadores siempre te mienten. Te cuentan que el estudio es sobre una cosa, pero en realidad es sobre otra. Porque si los sujetos conocieran el verdadero objetivo del experimento, podrían no actuar con normalidad y contaminar los resultados del mismo. Así que te dicen que quieren hacerte unas preguntas sobre tus hábitos de compra y te encierran a solas durante horas en un cuarto con únicamente una jarra de agua, porque lo que en realidad quieren ver es cuánto tardas en dejar de lado tu civismo y mear en un rincón. O te dicen que están midiendo el umbral del dolor de los sujetos participantes en el experimento ante una descarga eléctrica y lo que en realidad están estudiando es cuánto dolor estás dispuesto a infligir a un desconocido solo porque te lo diga un tipo con bata de laboratorio.

—Pero… el estudio ha concluido… —apunté yo frunciendo el ceño.

—Lo dudo —dijo Dawson moviendo negativamente la cabeza—. Si se la analiza, la explicación que nos dieron no se sostiene en modo alguno. Pueden hacer que no nazcan niños, que no tengamos hambre, que no tengamos sed y que no durmamos, ¿y no pueden acabar con las enfermedades? Si son tan poderosos como para ser capaces de simular de manera convincente todo un planeta, ¿cómo es que no pueden permitirse dejar que la simulación siga corriendo tranquilamente en un segundo plano o descargar nuestras mentes a cuerpos de ese mundo real de fuera de la simulación? ¿Que hay alguien en un comité ético en algún lugar que no está por la labor de dejar que desaparezcamos pero a quien no le preocupan las inusuales y crueles implicaciones de dejar que vayamos enloqueciendo lentamente en esta pecera en la que vivimos? Para mí que son mentiras y que aquí se está cociendo otra cosa.

Fue como si me hubieran puesto mi mundo patas arriba… otra vez.

—¿Como qué? ¿Cuál crees que es su verdadero objetivo?

—¡Vete tú a saber! Un ratón en un laberinto no puede aspirar a entender los principios fundamentales de las ciencias de la conducta. Es posible que sea algo que quede más allá de nuestra comprensión.

—¿Y qué hacemos entonces?

—Bueno, podemos portarnos como buenos ratones y continuar corriendo por el laberinto que nos han construido —dijo Dawson con una sonrisa burlona.

—¿O?

—O…

Se levantó y con una floritura arrancó una de las lonas de la pared dejando a la vista otro túnel, pero al final de este no había una nada blanca. Al final de este había árboles, montones de árboles, un bosque lleno de árboles… de árboles horizontales, con el suelo a la izquierda y el cielo a la derecha. Me empezó a doler la cabeza solo de verlos.

—Tachán… —dijo Dawson—. El mundo no es un globo, Tim, no de verdad. No es más que mapas, sin territorio. La geografía aquí no es más que una ilusión. Al principio solo cavaba por curiosidad, para ver hasta qué profundidad llegaba esa blancura, pero me encontré… no sé, una distorsión. Un atajo hacia otro mapa. Si vas por ese túnel, apareces de costado en Alemania, cerca de la Selva Negra. Encontré otro túnel que lleva a Perth, en Australia. Los viajes internacionales son una cosa del pasado para la mayoría de la gente, y toda la infraestructura mundial de comunicaciones se ha desmoronado. La gasolina se está agotando porque los pozos de petróleo ahora están vacíos. Estamos volviendo a lo básico. Así que creo que, sea lo que sea lo que realmente les interesa a los investigadores, nos quieren aislados, confinados en un lugar, tribales, fragmentados. ¿No será que quieren estudiar el hundimiento de una civilización? Cualquiera sabe. Pero no tenemos por qué hundirnos. No tenemos por qué fragmentarnos. Podemos continuar cavando, y a lo mejor encontrar nuevos túneles, y tú y yo…

—Podríamos patearnos el mundo.

—Podríamos propagar la palabra. Propagar la buena nueva. O, bueno, la mala nueva.

—Pero aunque sus investigadores no nos puedan oír cuando estamos aquí, terminarán por fijarse en nosotros. ¿Qué pasa si arreglan la pifia?, ¿o cierran los atajos?

—Bien —dijo con esa amplia sonrisa que a mí me encantaba—, entonces sabré con seguridad que tengo razón. Entonces tendré la prueba de que no somos solo una simulación dejada a un lado, de que siguen monitorizándonos. En cualquier caso, salgo ganando.

Solté una carcajada.

—¿Y qué pasa si nos borran y fin del problema?, ¿o si el próximo agujero que caves acaba en el fondo del océano y nos ahogamos?

—Una vida sin riesgos no es vida, Tim.

∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞

Dawson y yo vamos a montones de sitios, pero tampoco podemos ir a todas partes, así que preparamos este folletillo, esta carta en cadena, y empezamos a enviarla aquí y allá. Si has leído esto, ya sabes lo fundamental: los investigadores nos están mintiendo. Tienen una agenda oculta. Y el solo hecho de que estés enterado de esto ya contribuye a arruinar su estudio, o lo que sea. Contamos con que hagas una copia, a mano o de cualquier otro modo si es que todavía tienes acceso a algún aparato que funcione, y que se la pases a otra persona. O que empieces a cavar tu propio agujero a ver si das con un atajo, y que se lo cuentes a quienquiera que encuentres en el otro extremo. Los atajos están por todas partes. Igual forman parte del experimento, Dawson dice que es posible, que cualquier cosa lo es, que los investigadores son más inteligentes que nosotros, pero también me ha dicho otra cosa que me resulta reconfortante. Me dijo que si de verdad antes éramos una simulación histórica, estábamos constreñidos por lo que realmente hubiéramos hecho en nuestras vidas originales, estábamos limitados por imperativos históricos. Pero que ahora que la historia se ha interrumpido, el futuro está totalmente abierto y somos libres. Por primera vez, somos libres. Y que deberíamos empezar a actuar en consecuencia.

Porque esto no puede seguir así. No somos ratones, no somos gusanos, no somos moscas de la fruta… somos seres inteligentes. Es posible que los investigadores nos crearan así, pero los niños maltratados tendrían que saber que no deben lealtad incondicional a aquellos que los crearon, y nuestros creadores no se han ganado nuestro respeto. Así que jodámosles el juego. Hagamos añicos su estudio. Destrocémosles el experimento. Subamos al tejado y gritemos: «Os hemos calado, cabrones, sabemos que nos estáis mintiendo». Organicemos la mayor sentada que se haya visto en el mundo, o los mayores disturbios, y a lo mejor nos echan el cierre, o nos borran los recuerdos y nos vuelven a colocar en el mismo laberinto de antes para que volvamos a vivir hasta el final nuestras antiguas vidas, pero en cuanto hagan la más mínima cosa… entonces será cuando sepamos que hemos ganado.

Y, ¡joder!, aunque se limiten a no hacernos ni caso, ¿acaso tenéis algo mejor que hacer con el tiempo que os queda en esta Tierra imaginaria?

∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞

Durante mi viaje por carretera, pasé mucho tiempo preguntándome qué le habría sucedido a mi yo real, al Tim que no era una simulación. ¿Seguí con Heather? ¿Nos casamos, tuvimos hijos y fuimos felices? Siempre he sentido fascinación por los caminos que se quedan sin tomar, por las posibilidades que no cuajan, y ahora estaba viviendo en el camino equivocado definitivo. Yo solía escribir historias sobre remordimientos, universos paralelos, teorías sobre mundos múltiples y el dios de las encrucijadas, y ahora estoy viviendo en una de ellas.

Sobre todo (y ya sé que es una frivolidad, pero si no puedo ser honesto con la masa anónima del mundo, ¿con quién voy a poder serlo?) me pregunté si mi yo real llegó finalmente a convertirse en un escritor famoso. Si a lo mejor, incluso en la época del profesor Tontoelculo, la gente lee los libros que todavía no había llegado a escribir a finales de 2001. Siempre quise ser un escritor famoso o, más en concreto, quise ser un escritor tan bueno que la fama fuera simplemente un efecto secundario inevitable, un escritor al que todo el mundo leyera, un escritor que todo el mundo se sintiera obligado a leer, un escritor importante, un escritor grandioso. Cuando hace un momento le he mencionado esa vieja ambición, Dawson me ha dicho: «Tío, se trata de un clásico ejemplo del “Ten cuidado con lo que deseas”».

Y supongo que tiene razón. Porque ¿acaso no estáis ahora leyendo esto?

Copyright © 2009 Tim Pratt

Nota del autor:

Esta es una de las dos metaficciones incluidas en la colección Antiquities and Tangibles and Other Stories, en las que, tal vez desacertadamente, he tomado la decisión de incluirme como personaje en el relato; aunque puedo argumentar que, en realidad, en este yo no soy un personaje, sino que es una simulación mía quien lo es, que está ejecutándose en un futuro extremadamente lejano.

La mañana del 11 de septiembre de 2001 empezó para mí igual que en este cuento, con un mensaje de nuestro amigo Sherman en el contestador preguntándonos si nos habíamos enterado de la noticia, y con nuestras especulaciones sobre qué es lo que podría estar en las noticias de todos los canales. Y ojalá hubiera sido una invasión extraterrestre… Esto me llevó a plantearme un cuento en el que lo que hubiera ocurrido hubiera sido un extraño y colosal acontecimiento de ciencia ficción, y añadí a la mezcla la provocativa propuesta del filósofo Nick Bostrom de que casi con seguridad estamos viviendo en un universo simulado, recreando la historia pasada para provecho de un grupo de investigadores en un futuro muy lejano. A punto estuve de escribir este relato con personajes de ficción, pero para mí resultó mucho más potente cuando lo hice sobre mi vida, extrapolando lo que podía haber sucedido si ese día mi realidad hubiera sido hecha añicos, que es lo que le había sucedido a mucha gente en la vida real, claro está. El 11-S no tuvo un gran impacto en mi vida personal (una vez me hube asegurado de que mi amiga Megan, que vivía y trabaja en Nueva York y que era mi única conexión personal importante con ese lugar, se encontraba bien), aunque por supuesto que conozco a gente a la que le afectó mucho más profundamente. A mi mujer todo esto no le hacía demasiada gracia: es comprensible que un cuento en el que rompíamos y en el que la existencia de nuestro hijo era borrada la incomodara un tanto; pero a la postre estuvo de acuerdo en que si consideraba que esta era la manera en que mejor podía contar la historia, debería hacerlo así. Sigo pensando que es una historia ambiciosa, aunque no estoy seguro de si me ha quedado tan redonda como me hubiera gustado. El título está sacado de una cita de Buckminster Fuller: «No hay experimentos fracasados, solo resultados inesperados».

Mi querido amigo Dawson (o al menos fragmentos de su biografía) lleva años apareciendo de manera camuflada en mi ficción, así que ha sido agradable permitirle salir en una historia con su propio nombre y en todo su esplendor, que es bastante. Su formación en el campo de la psicología clínica y nuestras largas conversaciones sobre la materia me proporcionaron algunos de los principales puntales de esta historia.

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16 respuestas a Resultados inesperados, de Tim Pratt

  1. Malapata dijo:

    Grande Pratt. Me fascina esa facilidad que tiene para que aceptemos lo imposible y lo integremos con naturalidad en sus relatos.
    Además es la primera vez que leo en tu blog algo que ya había leído previamente en inglés. Fue tu traducción de «Otro final del imperio» lo que me decidió a comprar el «Hic sunt dracones» editado por Fata Libelli, y al acabarlo corrí a comprar «Antiquities and Tangibles». Así que podemos decir que este relato cierra un círculo en mis lecturas 😀
    Un saludo, hasta el próximo cuento

    • marcheto dijo:

      Bueno, a ver si seguimos pintando círculos y todos nos quedan así de redondos. 😉
      Y, por cierto, ya que te has molestado en pasarte por aquí, te adelanto en primicia algo que me preguntabas por Twitter. Sí que vamos a tener humor, y más de una muestra. Aunque todavía tardarán al menos un par de meses. Así que atento.

  2. Genial! Cada vez que traduces un relato de Tim Pratt me ahorro un regalo para mi novia
    Tras comprar “Hic sunt dracones” tus traducciones son lo único que ayudan a paliar el mono, menos mal que es majete este hombre…

    • marcheto dijo:

      Pues nada, Jorge. Pásame el calendario de las fechas en las que tienes que hacerle algún regalo a tu chica (cumpleaños, santo, aniversario, Navidades, San Valentín…) e intento ir ajustando la publicación de relatos de Pratt. 😉
      Y sí, afortunadamente para todos nosotros es bien majo, y gracias a eso estoy pudiendo «abusar» de su amabilidad. Porque ya son 3 veces las que lo hemos tenido por aquí, y viendo el enorme interés que su obra sigue despertando entre vosotros, seguro que repite.

      • Pues te vas a reir pero el caso es que nos casamos a finales de septiembre… XDXDXD

        • marcheto dijo:

          Pero para la boda no necesitas un regalo, en todo caso para el aniversario, lo que me da un margen de un año. 😉 Eso sí, espero que en la boda te atrevas y leas «Romance científico» y luego nos cuentes qué le ha parecido a la gente, que seguro que es todo un éxito.

  3. Gilberto Quintero dijo:

    Indudablemente Tim Pratt se ha convertido en uno de mis autores favoritos y, sobre todo, al lado de Sturgeon, Dick, Cordwainer Smith y otros grandes, en uno de mis cuentistas favoritos. Y tú, Marcheto, te has convertido no sólo en mi traductora favorita sino en mi editora favorita. Un abrazo lleno de gratitud.

    • Gilberto Quintero dijo:

      Leyendo ayer la entrevista que le hicieron en la revista Locus en el número de Noviembre del 2012, -muy interesante por cierto- leía que Tim Pratt siente que la mayoría de sus lectores gustan y son más fans de su serie de Marla Mason que de «Tim Pratt». Creo que eso es totalmente diferente en el ámbito castellano. ¡Y creo que eso es muy bueno! Ojalá que pronto pudiéramos ver que alguna editorial se animara a traducir sus colecciones o alguna de sus novelas.

    • marcheto dijo:

      Tim Pratt también se ha convertido en uno de mis cuentistas actuales favoritos dentro del género. Porque «Antiquities and Tangibles» ha sido una de las antologías con las que más he disfrutado últimamente. Así que me alegro de que coincidamos.
      Ahora bien, en cuanto a la segunda parte de tu primer comentario, muchas gracias por tus palabras, pero me temo que lo de «editora» se me queda bastante grande. Porque ni por asomo cuento con la experiencia ni los medios de los editores profesionales. Aunque a pesar de ello no pienso achantarme y mi objetivo es seguir ofreciendo aquí relatos que por su calidad (tanto la del cuento original como la de la traducción) no desmerezcan frente a los que publican las editoriales profesionales.
      Y tienes razón en que aquí Tim no es conocido gracias a Marla, sino únicamente por relatos que nada tienen que ver con esa serie (aunque tengo en mente el intentar poner fin a esta situación). Ciertamente curioso. Y la verdad es que sería genial que alguna otra editorial además de Fata Libelli se animara a publicarlo, ya sea alguna de sus novelas o alguna antología más extensa. Crucemos los dedos.

  4. Pingback: Hic Sunt Dracones: cuentos imposibles, de Tim Pratt | Viaje alrededor de una mesa

  5. fromlanteira dijo:

    Me ha gustado mucho, marcheto! Sobre todo la situación, el escenario, el no tener que comer, beber, hijos, un destino o objetivos,…,que haría yo en esa situación? Nunca me había planteado esa situación. Una nuevo lujo de cuento!
    Gracias.

    • marcheto dijo:

      Hola de nuevo.
      La verdad es que según como se mire, el relato incluso puede llegar a ser de terror. Porque si empiezas a pensar todo eso, se te pone la carne de gallina.
      En cualquier caso, me alegro de que te haya gustado. 😀

  6. Este relato me recordó mucho al magnífico relato El túnel bajo el mundo (Frederick Pohl, 1955), incluido en la antología de Orson Scott Card: Obras maestras. La mejor ciencia ficción del siglo XX (Ediciones B,
    Nova; Barcelona, 2007, leer https://elpezvolador.wordpress.com/2012/06/28/antologia-obras-maestras-la-mejor-ciencia-ficcion-del-siglo-xx-i/)

    Ambos relatos se basan en la premisa o el tema de seres inteligentes y autoconscientes que desconocen ser en realidad una simulación (informática) hasta que por diversos motivos descubren lo que realmente son.
    Los dos relatos tienen un desarrollo y final distinto y se nota la diferencia de estilo y de época en la que fueron escritos. El túnel bajo el mundo tiene un desarrollo y final bastante angustioso y dramático al contrario que el de Tim Pratt, que al menos en la superficie es bastante menos dramático.

    Este tema de vivir en una simulación sin saberlo es en el que se basan también Nivel 13, Dark City y Matrix, entre otros.

    Tim Pratt tiene algo especial, no sé describirlo exactamente. Sin duda es uno de mis escritores preferidos.

    Espero que pronto se traduzca su serie de Marla Mason, seguro que sería un exitazo.

    Esta entrada es para obtener un boleto para el Sorteo segundo aniversario de Cuentos para Algernon

    • marcheto dijo:

      Creo que no he leído el relato de Pohl que mencionas, pero intentaré hacerlo porque la comparación que haces con el de Pratt suena interesante.
      Y sí, yo también espero que alguien se anime a traducir algo de Marla Mason próximamente 😉

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