Selección de notas del programa de la retrospectiva de Theresa Rosenberg Latimer, de Kenneth Schneyer

Kenneth Schneyer comenzó su carrera profesional como abogado, aunque ahora es profesor universitario y escritor. Como docente, imparte asignaturas tan dispares como Derecho Constitucional, Introducción a la Lógica y Literatura de Ciencia Ficción. Como autor, por el contrario, su carrera se ha centrado en la ficción breve de ciencia ficción y fantasía. Durante los últimos quince años, ha publicado más de cincuenta relatos de estos géneros en multitud de antologías y revistas, que le han valido sendas nominaciones a los premios Nebula y Theodore Sturgeon. Gran parte de su producción literaria está recopilada en sus dos colecciones de cuentos: The Law & the Heart (2014) y Anthems Outside Time and Other Strange Voices (2020).

Selección de notas del programa de la retrospectiva de Theresa Rosenberg Latimer (Selected Program Notes from the Retrospective Exhibition of Theresa Rosenberg Latimer) fue publicado en 2013 en la antología Clockwork Phoenix 4, editada por Mike Allen, y fue finalista de dos de los premios más prestigiosos del género: los Nebula y los Theodore Sturgeon. Posteriormente ha sido incluido en la segunda colección de Kenneth y en un par de antologías. Aparte de haber sido traducido al chino y al checo. Posiblemente sea su relato más popular, de ahí que tampoco sea de extrañar que esta sea la obra con la que se estrena en español.

Según comenta el propio Kenneth en las notas que acompañan al cuento en su colección Anthems Outside Time and Other Strange Voices, alrededor de la mitad de los lectores de este relato no encuentran elemento fantástico alguno en el mismo; mientras que a la otra mitad le parece sí que lo hay (incluso algunos lo consideran incluso demasiado evidente). Yo me cuento entre los del segundo grupo. Si alguno de vosotros, tras una primera lectura, se encuentra preguntándose qué pinta este cuento en este blog, le animo a releerlo más atentamente. Porque es muy posible que esa segunda lectura le haga cambiar de opinión y, personalmente, creo que la historia gana muchísimo interpretada desde un prisma fantástico.

Por último, quiero expresar mi agradecimiento a Kenneth por haber accedido a compartir su estupenda historia con todos nosotros, y por todas las molestias adicionales que se ha tomado. Thanks a million, Kenneth!

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Selección de notas del programa de la retrospectiva de Theresa Rosenberg Latimer

Kenneth Schneyer

1. Tres mujeres (1978)

Óleo sobre lienzo, 76 × 101 cm

Instituto de Artes de Detroit, Detroit (Michigan)

Latimer pintó Tres mujeres cuando todavía estaba estudiando en la Escuela de Diseño de Rhode Island. Es su cuadro más temprano, y una muestra del hiperrealismo característico del primer período de su obra.

Tres jóvenes comparten banco en un parque otoñal. Dos están tomadas de la mano, mientras que la tercera apoya la suya en la rodilla de la figura del centro. Lucen expresiones serias, casi severas, como si les molestase el atrevimiento de la artista al pintarlas.

En esta etapa de su carrera, Latimer aún estaba experimentando con aspectos relacionados con el equilibro de la composición. Los colores vivos de los naranjos contrarrestan los tonos apagados del atuendo de las modelos; la inclinación de las cabezas y la orientación de las piernas dirigen nuestra mirada hacia los árboles en lugar de hacia ellas. Es como si se nos empujara a pasar por alto a las personas y centrarnos en la naturaleza.

Ninguna de estas modelos vuelve a ser retratada en cuadros posteriores de Latimer. Es de suponer que eran compañeras de la Escuela de Diseño de Rhode Island. La propia Latimer aparece en algunas obras tempranas de artistas que también estudiaban en ese centro por aquella época, como en las de A. C. Stahl y J. J. Kramer.

Temas de discusión:

a. Utiliza la lupa que tienes a tu disposición a fin de examinar el vello de los brazos de las modelos, las hebras sueltas en los jerséis y las venas de las hojas de los árboles. Muchos detalles de los cuadros de Latimer no se ven a simple vista al mirarlos a una distancia normal. ¿Por qué crees que incluía esos toques invisibles tan típicos de ella? ¿Influyen de algún modo en tu apreciación del cuadro?

19. Autorretrato vicario (1984)

Óleo sobre lienzo, 130 × 196 cm

Museo de la Escuela de Diseño de Rhode Island, Providence (Rhode Island)

El primero de los cuadros de Latimer que atrajo la atención de los críticos, Autorretrato vicario, representa el tristemente famoso caso de maltrato infantil y asesinato de la familia Wilson, que ocupaba los titulares de la prensa de Rhode Island por aquella época. Lisa Wilson, de siete años, vestida solo con ropa interior y luciendo tanto cicatrices antiguas como cortes recientes, está siendo golpeada por su padre con un alargador eléctrico, mientras su madre la sujeta. Ninguna de estas figuras expresa emoción alguna; es como si fueran espectadores del suceso. [No se vayan todavía, aún hay más…]

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Recordatorio/sugerencias premios Ignotus 2023

Como ya se ha abierto el plazo para votar en la primera ronda (la fase en la que se proponen los candidatos para ser finalistas) de los premios Ignotus de Pórtico, la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror, he aquí un año más la entrada repasando los contenidos relacionados con Cuentos para Algernon que, si consideráis lo merecen, podéis proponer dado que cumplen el resto de condiciones.

Empecemos por lo más sencillo: tanto el blog como la última antología, en este caso, la décima, Cuentos para Algernon: Año X, son nominables en las categorías de Mejor Sitio Web y Mejor Antología, respectivamente. Si todavía no habéis leído la antología, aprovechad que aún estáis a tiempo. Y así de paso también llegaréis a votar en nuestra 10ª Gran Encuesta Anual (que se cierra el 1 de abril, justo al día siguiente de que se cierre esta primera fase de los Ignotus). Como siempre, podéis descargar la antología gratuitamente y en diversos formatos aquí.

Pasemos al apartado de los relatos. Los trece cuentos publicados en 2022 en Cuentos para Algernon son nominables en la categoría de Mejor Relato Extranjero. Estos trece cuentos son los mismos que tenéis recopilados en la antología anual. Asimismo, en la categoría de Mejor Artículo, sería nominable el texto de Robert Shearman sobre la película La rosa púrpura de El Cairo.

Por si alguien todavía tiene dudas, aquí tenéis la lista de todos los cuentos (y el artículo) que pueden ser propuestos en esta primera ronda de votaciones de los Ignotus, en el mismo orden en el que aparecen en la antología:

. La larga subida, de Alix E. Harrow
. Gordon B. White está creando perturbadores horrores weird, de Gordon B. White
. Marzo, Abril, mayo, de Malcolm Devlin
. Cinco maneras de salvar fortuitamente la Tierra de la conquista extraterrestre, de Gareth D Jones
. Un susurro azul, de Ken Liu
. El vampiro va al Oeste, de Dale Bailey
. Exhalación n.º 10, de A. C. Wise
. Cine marciano, de Gabriela Santiago
. Sí, yo conocí al comodoro venusiano, de Mark Valentine
. La rosa púrpura de El Cairo, de Robert Shearman (artículo)
. En los pórticos de mis oídos, de Norman Prentiss
. Dominio total, de Kim Newman
. Una manera mejor de decirlo, de Sarah Pinsker
. Grandes alas doradas, de Rachel Swirsky

Ni que decir tiene que, como en años anteriores, las ilustraciones de Pedro Belushi para las entradas de este año  también son nominables.

Además de mi propio proyecto, me gustaría recomendar un año más un par de revistas. Por un lado, Supersonic, que por desgracia acaba de anunciar que el número 23 es su última entrega, pero que en 2022 ha publicado tres números llenos de contenidos interesantes, tanto de ficción como de no ficción. Entre ellos quiero destacar lo tres estupendos relatos que tuve el honor de traducir: La última actuación del Asombroso Ralphie, de Pat Cadigan; Siempre después de las tres, de Gemma Files, y Do los corazones de roble se congregan, de Sarah Pinsker (relato ganador de los premios Hugo, Nebula y Locus). Los tres cumplen las condiciones para ser candidatos a los Ignotus este año. Y en segundo lugar, Windumanoth, otra excelente publicación en cuyas páginas también han aparecido un montón de artículos, entrevistas, reseñas y relatos de gran interés. Entre estos últimos, quiero mencionar la reedición de dos cuentos del blog (El Emporio de las Maravillas de Alastair Baffle, de Mike Resnick, y Das Steingeschöpf, de G. V. Anderson). Ninguno de los dos puede optar a los Ignotus, dado que no estaban inéditos en español, pero, como ya he dicho en anteriores ocasiones, el hecho de que algunos cuentos del blog tengan una segunda vida en papel (y además en una revista cuya edición física es espectacular) es una iniciativa que me hace una ilusión enorme.

Y, ya por último, tan solo recordar que varios autores del blog han publicado novelas en nuestro país a lo largo de 2022. Si sus cuentos os gustaron, a lo mejor os interesa leer alguna antes de decidir vuestra papeleta en esta primera fase de los premios. Menciono aquellas que recuerdo ahora mismo, pero seguro que se me escapa más de una: Las brujas del ayer y del mañana y La rueca resquebrajada, de Alix E. Harrow; El demonio de Próspero e Infiltrado, de K. J. Parker; El hechicero de la corona, de Zen Cho; Siete de infinitos, de Aliette de Bodard, y Huérfanos de la Tierra y Herederos del caos, de Adrian Tchaikovsky.

Si vais a votar en los Ignotus, espero que esta entrada os resulte útil para tener claro qué contenidos del blog pueden optar a estos premios, recordaros aquellos cuentos que a lo mejor se os pasaron por alto en su momento, y descubriros algún libro de algún autor del blog, del que desconocíais su existencia. Y, si no vais a votar, da igual, leed y disfrutad de cualquiera de las obras mencionadas. Todos sabemos que esa debería ser la principal misión de cualquier galardón literario: ayudarnos a descubrir obras de cuya lectura disfrutar.

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Un cuento breve sobre edificios altos, de Robert Shearman

Robert Shearman es un guionista, dramaturgo y escritor de relatos breves británico. Seguro que muchos de vosotros lo conocéis bien, dado que varias de sus colecciones de relatos se han traducido al español (las últimas, de la mano de la editorial La máquina que hace PING!), y además ha estado presente tanto en el Festival 42 como en el Celsius. Sin olvidar, por supuesto, que en Cuentos para Algernon ya hemos tenido la suerte de poder disfrutar no solo de dos de sus estupendos cuentos (Dígitos y Los archivos de Constantinopla), sino también de una pequeña reseña cinéfila sobre La rosa púrpura de El Cairo.

Un cuento breve sobre edificios altos (A Short History of Tall Buildings) se publicó originalmente en 2020 dentro de la mastodóntica, original y brillantísima We All Hear Stories in the Dark, una colección de ciento un relatos con estructura de «Elige tu propia aventura», que ya os recomendé en su momento por aquí. De entre ellos, en esta ocasión he escogido esta saga familiar, sobre la ambición y el miedo a decepcionar a los demás y a nosotros mismos; con una premisa que en manos de otros autores podría resultar absurda, pero que en las de Robert se convierte en una historia sorprendente, entrañable y llena de humor, que suspende totalmente nuestra incredulidad durante el tiempo que tardamos en leerla.

Mientras esperamos que alguna audaz editorial nos dé la alegría de traducir los restantes noventa y ocho cuentos de We All Hear Stories in the Dark, por mi parte quiero agradecer una vez más a Robert su tremenda amabilidad, dado que en todo momento se ha mostrado encantado de compartir con nosotros estos pequeños adelantos de su (por el momento) obra magna. Thanks a million, Rob!

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Un cuento breve sobre edificios altos

Robert Shearman

Las fotografías de dominio público de mi abuelo abundan, pero mi favorita, como tal vez no sea de extrañar, es una que no encontraréis en ningún libro de historia: la tomó mi abuela y lo atrapa en un raro momento de intimidad familiar. En el resto de las instantáneas que existen de él, está posando para las cámaras —en su diario, se refiere a ellas no tanto como fotografías sino como documentos que conmemoran la finalización de otro más de sus proyectos, para ser publicadas en los periódicos—. En ellas, mi abuelo está plantado junto a la base de uno de sus rascacielos y a su lado no es raro que haya algún alcalde o dignatario, o una cinta para cortar; y él está tieso y atildado, no sonríe y parece la mar de severo, ¿y eso que se trasluce en su expresión es orgullo o tan solo arrogancia?

Sin embargo, la instantánea que a mí me gusta es distinta. Atrapa al auténtico hombre. Al menos eso es lo que yo creo, que ese es el auténtico hombre. En ella aparece de nuevo junto a la base de uno de sus edificios, pero en esta ocasión no está terminado, aún faltan por insertar alrededor de dos metros de ladrillos para que llegue al suelo. Y lo acompañan dos niños de corta edad: uno es mi padre, el otro el tío al que no llegué a conocer. Los críos parecen idénticos a pesar de llevarse tres años. Si sé que el niño sobre los hombros de mi abuelo es mi tío es solo porque me lo dijo mi padre, que, por lo tanto, tiene que ser el que se aferra a los pantalones de mi abuelo. Es una fotografía que transmite felicidad, aunque tampoco demasiada: la expresión de mi abuelo es de incómoda confusión, como si no estuviese acostumbrado a mostrarse juguetón con sus hijos, y mi padre parece al borde del llanto.

No creo que a mi abuelo le gustara esa fotografía. Aunque el hecho de que ahí esté apunta a lo contrario: era famoso por su obsesión por controlarlo todo y, si hubiese deseado destruirla, seguro que ya no existiría. Aunque no podemos olvidarnos de una posible intervención de mi abuela; para mí era simplemente la yaya, por supuesto, una anciana dulce pródiga en regalos y abrazos, pero mi padre me contó que en sus buenos tiempos era tan estricta y terca como mi abuelo. Tal vez incluso más, supongo —mientras él andaba con la cabeza en las nubes, sería a ella a quien le tocaría encargarse de la casa y la familia—. Yo sé que a mi abuela sí le encantaba la fotografía. Creo que este es uno de los escasos recuerdos claros que tengo de ella. Mi abuela me preguntó un día si le ponía cara al abuelo y yo respondí que sí, que claro —incluso a esa edad me resultaba familiar de las clases del colegio—. Ella me guiñó un ojo y dijo algo que entonces a mí se me antojó raro, de ahí que lo recuerde: que todas las fotografías famosas estaban pensadas para mantener oculto a mi verdadero abuelo. Fue entonces cuando me mostró aquella otra. Fue entonces, también, cuando me dijo que me la regalaba, que tenía que conservarla toda la vida. «Así siempre habrá alguien que lo sabrá», añadió. Yo estaba acostumbrado a que sus obsequios fuesen juguetes o bolsas de golosinas, y me dejó un tanto desconcertado, creo, que me entregase una vieja foto en blanco y negro de un hombre que estaba muerto. Pero ella me había pedido que la guardara bien. Conque eso hice.

La composición de la fotografía no es demasiado allá. La acción no se desarrolla en el centro. Y los brazos en movimiento de mi abuelo salen borrosos. Él siempre escribía sobre lo importantes que eran la forma y la función en su trabajo, en el que siempre está presente una simetría clásica, un orden absoluto. No, no creo que la fotografía le gustara lo más mínimo.

Mi abuelo fue muy famoso. Ni que decir tiene que lo sigue siendo, aunque ahora toque rebuscar en los libros de texto para encontrarlo —no es culpa suya que las modas hayan cambiado—. Pero en mi época escolar el nombre Anthony Baregi sí era lo bastante célebre como para que a mis compañeros de clase les pareciese cómicamente inapropiado que yo también me llamara así: era como si me hubiese llamado George Washington o Abraham Lincoln. El nombre representaba el empuje de la determinación y el ingenio estadounidense, y no le pegaba a un chiquillo de siete años con pantalones cortos. Creo que mis padres solo estaban tratando de hacer lo correcto: mantenían que en la vida me vendría bien que la gente se acordase de quién era mi abuelo y de todos sus logros —mi padre me aseguró que a él le había resultado bastante útil, que sus jefes siempre creían que a lo mejor había heredado alguna pequeña chispa de genio—. A mí nunca me molestó. ¿A quién le molesta realmente su propio nombre? Es algo con lo que te despiertas todas las mañanas y con lo que te acuestas por la noche. Aunque a mí me gustaba que me llamasen Tony. Prefería Tony, que sonaba mucho más a nombre de niño, y que me daba un cierto respiro de la sombra de mi abuelo. Ahora, cuando soy un hombre de cuarenta años, sigo siendo Tony. A veces me parece un tanto bochornoso. Hace que suene como si aún fuera un niño. [No se vayan todavía, aún hay más…]

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Milagroso, de Isabel Yap

Isabel Yap es una joven autora filipina de poesía y ficción especulativa, que en la actualidad reside en Nueva York y compagina la escritura con su trabajo como gerente de producto en el sector tecnológico. En su faceta literaria, cabe señalar que ha publicado alrededor de un par de docenas de relatos, que cubren todo el espectro del género —desde la ciencia ficción hasta la fantasía oscura y el terror— y que en muchos casos incorporan elementos del folklore y la cultura de su país natal. En 2021 vio la luz su primera colección de relatos, Never Have I Ever, que recopilaba parte de su producción breve. Este volumen de cuentos cosechó el British Fantasy Award en la categoría de Mejor Colección en la última edición de estos galardones, y también estuvo entre los finalistas del Locus y de los premios Mundiales de Fantasía. En la actualidad, Isabel está trabajando en su primera novela.

Milagroso (Milagroso) se publicó en 2015 en Tor.com. Es uno de los relatos incluidos en Never Have I Ever, y también ha sido seleccionado recientemente por Lavie Tidhar para The Best of World SF: Volume 2, su segunda antología de cuentos de ciencia ficción internacional. Milagroso es un relato de lo más pertinente en los tiempos que corren, y además se trata de una muestra perfecta de lo que comentaba antes: cómo la cultura filipina —en este caso, las tradiciones religiosas, festivas y culinarias— se halla muy presente en la obra de esta autora. Y creo que para los lectores hispanos puede tener además un encanto especial (al menos así fue en mi caso), dado que está lleno de detalles que nos muestran hasta qué punto seguimos hermanados con este país, por muy lejano e incluso exótico que hoy en día nos pueda parecer a muchos de nosotros.

Vaya por último mi agradecimiento para Isabel, por haber accedido de mil amores a compartir con todos nosotros su deliciosa historia. Y, en esta ocasión, también me puedo permitir decírselo en español: ¡un millón de gracias, Isabel!

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Milagroso[1]

Isabel Yap

Ya está atardeciendo cuando Marty llega por fin a Lucban. Es la víspera del festival Pahiyas, y las calles están atestadas de gente congregada en el exterior de las casas colgando lámparas hechas de frutas y hortalizas. Algunos tejados están recubiertos con kiping —obleas de arroz con forma de hoja—, cuyos colores brillan deslumbrantes a la luz del sol que se pone parsimoniosamente. Alguien ha clavado grandes láminas de papel en la pared del parvulario, y niños con las mejillas manchadas de pintura dibujan árboles rebosantes de hojas palmeadas. Los vendedores ya han montado sus puestos, y se preparan para la avalancha de turistas.

La mayor parte de las calles secundarias están cortadas, así que Marty tiene que atravesar el centro de la ciudad, con su habitual plétora de propaganda —pósteres del alcalde y los concejales se alternan con carteles de detergente, Coca-Cola, patatas fritas Pringles y el nuevo sabor veraniego de zumo de MangoMazings, ¡indistinguible del de la fruta auténtica!—. Marty no les presta atención mientras conduce por las calles que todavía le resultan familiares. No han venido desde Manila para ver esto.

Han venido de Manila para presenciar un milagro.

Inez se revuelve, ya medio despierta, pero mantiene los ojos cerrados. Gime, se reacomoda y se palmea el muslo con impaciencia. En el retrovisor, Marty ve a Mariah dar bruscas cabezadas atrás y adelante siguiendo el ritmo del coche, con la boca abierta. JR también está dormido, con el cinturón de seguridad bien ajustado a través del pecho doblado hacia delante, lo que lo hace parecer más pequeño de lo que es. Los rayos de sol penetran en el vehículo y le tiñen de amarillo la mitad del rostro.

—¿Es esto Lucban, cari? —pregunta Inez, que finalmente ha dejado de tratar de obligarse a dormir. Bosteza y estira los brazos.

—Sí. —Marty trata de sonar más despierto y alegre de lo que se siente.

Inez mira por la ventanilla.

—¡Qué colorido! —dice cuando pasan por delante de una casa con un Ronald McDonald gigante junto a la puerta, saludando con las manos. Su tono hace parecer todo gris.

∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞

Marty está en la entrada, secándose las manos en los pantalones cortos. Al levantar la mirada, ve cinco tiras de kiping colgando del balcón del segundo piso. Hasta han sacado el ajado carabao de cartón piedra, que observa la calle tristemente con el único ojo que le queda. [No se vayan todavía, aún hay más…]

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